"Hacer un país es hacer hombres para que, a su vez, los hombres hagan el país" (Arturo Jauretche)

domingo, 16 de enero de 2011

- Contrarreforma universitaria -

Por Francisco José Pestanha

"Yo actué también en la reforma universitaria, pero no de intelectual, de combatiente. Por eso fui suspendido dos años, como estudiante secundario y dos como estudiante universitario, y conocí mis primeras cárceles, cosa que no le pasaba a los Maestros de la Juventud, que entonces como ahora formaban parte del regimiento de "animémonos y vayan", en el batallón de empujadores" (Arturo Jauretche).

Las circunstancias que impidieron la elección de un nuevo rector en la Universidad de Buenos Aires dan cuenta aún en forma fragmentaria, de un trance que encuentra raíces históricas profundas y que hoy se expresa a partir de los continuos desatinos que afloran en su institucionalidad. Aunque en estos últimos días hayan emergido reiteradas y conocidas voces denunciando conspiraciones, intolerancias y autoritarismos; es bien sabido por todos nosotros que la convulsión que traspone a nuestra alta casa de estudios no representa nada más ni nada menos que un nítido signo de su propia decadencia.

La universidad pública argentina es el retoño de una reforma acontecida en 1918. Corría el mes de junio de ese año cuando en la provincia de Córdoba, estalló una revuelta estudiantil que posteriormente extendería sus aristas a toda Iberoamérica. Nutridos orígenes encontramos en la epopeya reformista, pero hay uno que no admite discusión y que ostensiblemente marchó en paralelo con la conmoción que engendró el Yrigoyenismo en el País; la presión ejercida por diversos sectores excluidos del poder para tumbar a una élite cerrada que controlaba todos los aspectos de la vida socio-económica del país.

Los reformistas no solo aspiraban a obtener espacios de gestión. Se propusieron expresamente modificar los planes y los contenidos curriculares. Nuestra América, rezaba un manifiesto de la época, "... hasta hoy ha vivido de Europa, teniéndola por guía. En cultura, la ha nutrido y orientado. Pero la última guerra ha hecho evidente lo que ya se adivinaba: que en el corazón de esa cultura iban los gérmenes de su propia disolución. Su ciencia estaba al servicio de las minorías dominantes y alimentaba la lucha del hombre contra el hombre (...)" Para los jóvenes, esto trajo como consecuencia el despertar "de un continente que vivía colonizado por el pensamiento europeo y cuyos hombres representativos sólo aspiran a figurar como rasgo notorio de discípulos en el concierto mundial de la inteligencia...".

Acompañando a las reclamaciones de co-gobierno estudiantil, autonomía y libertad de cátedra, banderas que -se pensaba-, servirían para mejorar la calidad universitaria y demoler las estructuras de poder que sustentaban a las autoridades de la conducción educativa, se encontraba presente en perfecta coincidencia con el proceso político que acontecía en el país, la idea de una verdadera alteración en las estructuras de producción de sentido de las unidades académicas. Tal como lo sostiene Miguel Angel Scenna, "pese a su doctrina difusa y a veces incoherente, a pesar de las contradicciones de forma y de fondo, las tendencias declamatorias que con el tiempo se convertirían en calamitosas, el radicalismo abrigaba un nacionalismo esencial y robusto, hondamente popular, que se alzó contra el cosmopolitismo del roquismo".

El espíritu de la reforma se extendió hacia toda iberoamérica incluso a partir de acuerdos expresos que el luego Forjista, Gabriel del Mazo, impulsó para "intensificar el intercambio intelectual, a solidarizarse con la reforma la enseñanza, a luchar por el sostenimiento de universidades populares, a propagar el ideal de americanismo y a realizar periódicamente congresos internacionales estudiantiles". Todo este proceso estuvo acompañado por revueltas del sector. En 1920 acontecen episodios de descontento en Chile, Uruguay y Colombia, y posteriormente, en Bolivia y Cuba, constituyendo un hito destacado en tal sentido, el " Primer Congreso Internacional de Estudiantes" celebrado en México, en 1921.

Un ejemplo del espíritu de la época lo refiere Saúl Tabordacuando sostiene que se anhelaba "rectificar a Europa para garantizar el fuego sagrado de la civilización. Y frente a esta tarea todo es entusiasmo. Se trata de pueblos jóvenes para los cuales el pesimismo es anacrónico. Su problema, el problema de América, se resume en la ausencia de maestros que puedan señalar nobles direcciones para el pensamiento y para la acción moldeando hombres americanos. El pasado se desvanece, sí, y lo hace sin presentar batalla, pero es necesario encontrar con urgencia nuevos arquitectos dispuestos a construir sobre las ruinas de aquello que afortunadamente se desmorona".

En síntesis: la reforma presuponía, cuanto menos en las ideas de alguno de sus impulsores, una fuerte convicción de la capacidad transformadora de la universidad.

¿Qué sucedió posteriormente? ¿Cuáles fueron las razones que determinaron que dicha reforma quedara trunca? ¿Cuáles fueron los motivos que impidieron que la universidad no se constituyera en potencia transformadora de la sociedad? ¿Qué circunstancias determinaron décadas después, que amplios sectores del estudiantado llegaran a cuestionar inclusive aquellos aspectos más sustanciales de la reforma como la autonomía?

Como no podía ser de otra manera, el pensamiento nacional nos aporta lúcidas reflexiones para comprender algunas de las incógnitas vinculadas al mundillo universitario. Apelaremos para ello a dos representantes de esta corriente: Juan José Hernández Arregui y Arturo Jauretche.

Hernández Arregui en su obra "La formación de la conciencia nacional" esgrimía en relación al nutrido componente de izquierdas que participaron de la aventura reformista y que luego se consolidaron en el poder Universitario que: "Las aspiraciones del intelectual de izquierda chocan con el sentimiento no confesado de que tiene derechos para ingresar a capas superiores de la burguesía, pero que por su nacimiento el ascenso no es fácil. Esto explica que el estudiantado, en tanto pequeña burguesía intelectual, bregue en los primeros años de su carrera por ideales de izquierda, para ir sustituyéndolos en los últimos años, ya al borde de su iniciación profesional, por valoraciones sociales moderadas. La actitud psicológica de esta intelectualidad está viciada en la base. El pueblo es los "derechos del hombre", "la revolución rusa" o la variante Mao, pero la revolución nacional, como la encabezada por Perón, le da náuseas. Por eso son extranjeros mentales y mucamos de la oligarquía".

En plena sintonía con este razonamiento, Arturo Jaurteche, afirmaba en su tiempo que "Hay mucho de común entre las señoras gordas y el intelectual de izquierda que se afligen por la suerte del hombre abstracto, que puede estar en China o Nueva York, y a los que le molesta la presencia del "cabecita negra" con la demanda concreta de realizaciones. Ambos son capaces de sentir la abstracción "proletariado", pero se ponen en la vereda de enfrente cuando el proletariado de carne y hueso pasa por la calle. Es la mentalidad que yo llamo fubista, producto de la deformación de la reforma universitaria, y que es una variante de la tilinguería ideológica"

Respecto a la nacionalización de amplios sectores universitarios acontecida a fines de la década del sesenta y principios de los setenta y su posición respecto a la reforma, sostiene Arregui que una parte sustancial de estudiantes, "... hoy enjuician sus propias creencias. Hasta la Reforma Universitaria de 1918, es analizada desde otros ángulos y se empieza a entender, cómo sus principios, en realidad, fueron armas de la antinación...".



Para dar cuenta de las razones que originaron dicha "nacionalización" el mismo autor describe en primera instancia la estrategia adoptada por los facciosos del ´55 respecto a la universidad, y específicamente, a la entrega de los claustros al amplio y heterogéneo campo del liberalismo universitario; "La caída de Perón convirtió la vuelta de la oligarquía al poder, hecho deseado por la Iglesia ( yo diría las cúpulas eclesiásticas)- en la expulsión de profesores católicos y su sustitución por la izquierda liberal. Y esta masa estudiantil utilizada como fuerza de choque contra Perón, se la convirtió en instrumento para fragmentar y debilitar al estudiantado". En esos años "...caían bajo los pelotones de fusilamiento, argentinos que resistían el retorno de la oligarquía. Pero los estudiantes callaron".

En un manifiesto reformista citado por el mismo Arregui puede leerse nítidamente la actitud colonial del estudiantado post - peronista : "No cabe duda que esta batalla heroica a favor de la Cultura y el Progreso ha enrolado a todo el estudiantado. Los estudiantes secundarios hemos levantado con orgullo y firmeza la tradición sarmientista y laicista, porque queremos estudiar más y mejor, sobre bases racionales y científicas, y salimos a la calle a defender ese legado. Sabemos a ciencia cierta que no estamos solos. Nos acompañan y nos acompañarán aún más, nuestros profesores que nos enseñaron a defender con pasión el ideal de Echeverría, Moreno y Sarmiento". En este documento para Arregui se hace "visible la mano de la oligarquía tras el lenguaje de la reforma del 18 en su mistificación liberal posterior".

Ulteriormente, a causa del accionar cada vez más artero de la oligarquía y la orientación adoptada por el movimiento obrero, para Arregui sobrevendrá una sana nacionalización del estudiantado impulsada, entre otros factores, por una reivindicación del fenómeno nacional.

Hasta aquí una caracterización de las izquierdas liberales o utopistas que permite dar cuenta - aunque sea en forma parcial-de ciertas características inherentes a uno de los componentes que activaron el proceso reformista, caracterización -por su parte-, que puede extenderse perfectamente a nutridos contingentes de activistas que operan actualmente en la universidad. Además de ello, una breve descripción de las razones que llevaron al movimiento estudiantil a modificar, en años posteriores, sus posiciones iniciales.

En lo que respecta al déficit principal de la reforma, es decir, a aquel que se vincula a las razones que impidieron en la Universidad un cambio conceptual enseñaba don Arturo Jauretche que "(�) No se puede hablar de nacionalismo en la Argentina si previamente no se está esclarecido sobre la colonización pedagógica. Esta ha impedido por mucho tiempo, con el dominio de la superestructura cultural, que haya en la Argentina un pensamiento nacional. La incapacidad de la intelligentzia -fruto logrado de esa colonización- hizo que el concepto nacionalista, en lugar de corresponder a una posición propia, se identificase frecuentemente con ideologías de importación. Esto ocurría al mismo tiempo en las más adversas posiciones, porque el fenómeno de la pedagogía colonial incidía sobre la totalidad del pensamiento. De tal manera, aunque parezca paradójico, resultaba que a mayor ilustración correspondía más incapacidad para pensar originalmente y para visualizar los hechos según nuestra realidad sin encajarla en "interpretaciones" premoldeadas (�)""(�) Es en gran parte el producto de la conformación mental de nuestras clases intelectuales, que están unidas con un vínculo común espiritual, pues se estiman recíprocamente en función de la representatividad ideológica exótica y en su común incomprensión y desprecio por las manifestaciones de nuestra realidad".

Marta Matsushita con acierto, alega que en la posición de Jauretche, aparece el repudio de los falsos axiomas "... que es también el de quienes sirven al sistema y de los aparatos legitimadores de la colonización mental y cultural. La crítica va contra lo que Althusser llamó aparatos ideológicos del estado, los que elaboran el discurso legitimatorio que repiten los intelectuales carentes de autenticidad, la "intelligentzia", o "cipayos". Esa estructura acaba con todo lo nacional y popular por considerarlo bárbaro, pero tienen cabida en ella los productos intelectuales de la izquierda, porque al igual que la derecha, respeta las premisas del dogma civilizatorio".La misma autora progresa en el análisis sosteniendo que: " La crítica de Jauretche va demoliendo mitos, como el de la Universidad vista como una fábrica de expertos frustrada por la falsa identificación entre civilización europea y cultura, y también el de la prensa, presentada como carente de independencia por estar presa de los intereses económicos. Interesa destacar que cuando en 1970 Althusser publicó en París su obra Ideología y aparatos ideológicos del estado, negando toda pretendida neutralidad política en el campo cultural, consiguió la entusiasta adhesión de la nueva izquierda argentina, que lo proclamó uno de sus modelos. Jauretche había hecho la misma denuncia mucho antes, en 1957, pero la nueva izquierda prefirió ignorarlo"

Las reflexiones precedentes permiten precisar algunas de las razones que llevaron a la decadencia que pervive en nuestros claustros hace décadas, y que hoy se expresa en la superficie y con lamentable patetismo en la inhabilitación del candidato a rector que, según sus detractores, habría tenido algún tipo de participación en la última dictadura militar.

La discusión sobre las cualidades y/o la conducta pública que debe reunir el rector de la Universidad más numerosa del país resulta relevante en tanto y en cuanto, las objeciones que se opongan se refieran a impedimentos de carácter ético o moral manifiestos, o a la existencia de una clara divergencia en cuanto a proyectos políticos en pugna. La actual competencia, suena más a una pesquisa en donde los derrotados en las urnas intentan encontrarle "el pelo al huevo" a un candidato que deja mucho que desear no por la falta de cualidades académicas sino por su clara conducta fubista.

El D. Atilio Alterini para quien les escribe es un inconfundible representante y reproductor del fubismo universitario - y en tanto - sobre este factor deberían recaer las razones de su impugnación, es decir, no por su desempeño en una función tangencial en la Municipalidad de Buenos Aires, en donde, según el siempre bien informado Verbitzky, su máximo pecado fue dictaminar favorablemente sobre el despido de mujeres embarazadas, sino por su complicidad en el proceso que llevó a la UBA a un estado calamitoso, y que encontró en el shuberoffismo, su versión más acabada.

Shuberoff, como es público y notorio, erigió un poder que perduró más de una década a partir de la misma estructura conceptual y práctica en la que sustentó la "reconstrucción universitaria" luego del golpe del 55: un radicalismo alvearista montado sobre su descomunal maquinaria prebendaria, y una izquierda contestataria en sus diferentes versiones (desde la liberal a la marxista) que justifica la existencia de un figurado pluralismo. Debo reconocer también que a la cola de este jueguito, se han prendido algunos cuadros vinculados alguna vez al campo nacional.

Este neofubismo instalado en la Universidad de Buenos Aires, bien señala Lapolla, ha impulsado una universidad "... desde 1983 -en plena democracia y con todos los atributos formales de la Reforma (...) una Universidad de camarillas, roscas, trenzas, burócratas, estudiantes con militancia rentada, y felones de todo calibre, mecanismos de los cuales también participa la izquierda colonial junto a todos los demás sectores. Ausencia de estudio -incluida su bibliografía- de todo el pensamiento crítico construido por los argentinos a lo largo del siglo XX -uno de los mayores patrimonios de la cultura latinoamericana y occidental- y su reemplazo por un pensamiento domesticado, adocenado, propatronal, neoliberal, anticientífico hasta la hilaridad y ausente del criterio de realidad social y de verdad histórica concreta que caracteriza al pensamiento científico moderno. Neomitrismo y neoliberalismo para justificar "el fracaso argentino y la inferioridad natural de la Argentina frente a los Estados Unidos o Europa". Ni Deodoro, ni Jauretche, ni Scalabrini, ni Silvio Frondizi, ni Ortega peña, ni el Pepe Rosa, ni Abelardo Ramos, ni Rodolfo Puiggrós, ni Ernesto Giudici, ni Rodolfo Walsh, ni Milcíades Peña, ni José Carlos Mariátegui. Y lo que es peor aún: ni Perón, ni Irigoyen, ni Mosconi, ni San Martín, ni Belgrano ni Moreno, ni Castelli, ni Monteagudo, ni Artigas, ni Bolivar son estudiados en las universidades argentinas en particular en la UBA (ex UNBA). Yo agregaría también a Ernesto Palacio, Arturo Sampay , Carlos Cossio, Nimio de Anquin, Carlos Astrada, Leonardo Castellani, Fermin Chávez y tantos otros proscriptos en la Universidad Pública.

Como puede observarse y aunque se pretenda negarlo, el pensamiento nacional sigue aportando claves para entender las diferentes aristas que presenta una cultura decadentista que se niega a replegarse.

A 88 años de la reforma y ante su fracaso,bien podía intentarse otro camino para poner de una vez por todas la universidad pública al servicio del país.

Artículo extraído de "Pensamiento Nacional".

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