Por Julio Capanna
Existen en España unos periódicos muy coloridos de distribución gratuita que basan su consumista encanto -por un lado- en las promociones de precios de las empresas que lógicamente sustentan la edición, y por otro en el uso casi esquizofrénico de todo tipo de estadísticas para sostener, avalar o resaltar situaciones varias. Diarios de 8 o 10 hojas que a primera hora de la mañana, yendo para el trabajo, uno puede encontrar afuera de determinados negocios. Evidencia del éxito de estas publicaciones es que a media mañana resulta casi imposible encontrar algún ejemplar. Zonzeras, puteríos, tragedias y poco más, amenizan sus páginas junto a cifras estadísticas en forma de “barras” o “tortas”, aderezado todo con las tradicionales “rebajas de enero” cuando la fecha y el bolsillo lo reclaman.
Este “coctail mediático” se complementa -desde el dial- con 24 horas de programas que repiten hasta el hartazgo canciones e intérpretes, y ayudan a que la jornada laboral se vuelva interminable. El lavado de cerebro existe y no es de uso exclusivo de la antigua KGB soviética. Basta con el cotidiano ejercicio de escuchar estas radios. En los intervalos informativos -breves ellos- también accedemos, además de a las más variadas noticias, a los dichosos datos estadísticos que, en apariencia, son de inestimable ayuda.
Los diarios “serios”, aunque menos afectos al fenómeno, también recurren a esta forma de hacerse entender con un bajo presupuesto intelectual.
Entre los años 2005/06 –y seguramente antes también- era habitual en la península escuchar o leer con cierta asiduidad sobre el “ranking de los mejores países” donde habitar. Informaba la muy confiable fuente que era España, por aquellos remotos tiempos, el doceavo país en el mundo…y en franco ascenso. El boom de la construcción –que ya comenzaba a mostrar las disimuladas fisuras que poco después hicieron que la economía implosionara- era el viento de cola que estaba llevando al país a los primeros puestos de esta estadística más patriotera, exitista e ilusoria que fidedigna. Parecía que de seguir la bonanza, acceder al podio era cuestión de tiempo. Así las cosas, el tiempo se mostró impiadoso con los dorados números ibéricos.
Todo esto viene a cuento por un ranking “made in USA” que, obviedad mediante de que los muestra a ellos como el mejor país del mundo para vivir -perdón si me tiembla el pulso pero es la risa-, lo que sorprendió a quien escribe es que la Argentina está en el nada despreciable ¡Puesto 17! ¡Qué tal Pascual? Ahí estamos los argentos, superando a nuestros vecinos charrúas y –siempre según esta publicación- a la cabeza de America Latina toda. También resulta llamativo, meritorio y necesario de resaltar -aceptando la info que surge de esta publicación- que accedemos a este puesto con toda la “gran prensa” nacional jugando en contra y pintándonos como lo "peor de lo peor" desde que sus intereses ruralistas y monopólicos dejaron de ser los de la Nación toda.
Ahora bien, mi “alerta naranja” ante estas publicaciones no es ni por desmerecernos, ni por complejo de inferioridad -tan funcional a oligarcas y cipayescas figuras de la intelectualidad, actuales e históricos- o por terquedad sudaca que me impide coincidir con los números de estos señores del norte, tan afectos siempre a mostrase como modelos a imitar. Lo comento solamente porque -al toque de leer esta información estadística- me vino a la memoria aquella mediática y contagiosa euforia española y su posterior colapso.
A festejar pues -si es que da para hacerlo- pero a no creérsela, que todavía quedan muchos argentinos que a ese país “puesto 17” no lo ven ni en figuritas. Y si no, ahí nomás está lo de la trasnacional NIDERA, junto a varios otros garcas, explotadores y ventajeros, de adentro y de afuera, haciéndo visible una de las muchas miserias e injusticias que aún padecemos.
Gente que, desgraciadamente y por el momento, son beneficiarios privilegiados de esa Argentina de hoy tan bien rankeada.
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