"Hacer un país es hacer hombres para que, a su vez, los hombres hagan el país" (Arturo Jauretche)

sábado, 28 de enero de 2012

JOSÉ MERCADO

“José Mercado compra todo importado TV a colores, síndrome de Miami
Alfombras persas, muñequitas de goma,
Olor a Francia y los digitales”
(Charly García/1980)

No sabemos si Charly habrá leído a Jauretche, pero no cabe duda de dos cosas: a) del talento de un tipo que escribe esta canción en plena dictadura y el apogeo del “deme dos” y de la “plata dulce” y b) que José Mercado representa el paradigma del Mediopelo en la sociedad argentina, retratado magistralmente por Jauretche. Y como el río suena cada vez que a “alguien” por estas latitudes se le ocurre meterse con las importaciones –“proteccionismo” que le dicen- vale recorrer la historia universal y local para encontrar voces varias que validan esta política.

“En 1897, después de haber ejercido la presidencia de los Estados Unidos, el General Ulises J. Grant fue invitado a una reunión librecambista celebrada en Manchester. Luego que los oradores ingleses se hubiesen deshecho en elogios a favor del librecambio y denunciado las barreras del proteccionismo como nefastas para la libertad de comercio, el huésped americano, invitado a hablar, contestó de esta manera: “Durante dos siglos Inglaterra ha usado el proteccionismo, lo ha llevado hasta sus extremos, y le ha dado resultados satisfactorios. Después de esos dos siglos, Inglaterra ha considerado conveniente adoptar el librecambio, por asumir que el proteccionismo ya no le puede dar nada. Pues bien, señores, mi conocimiento de mi patria me hace creer que, dentro de doscientos años, cuando Norteamérica haya obtenido del régimen protector todo lo que este puede darle, adoptará firmemente el librecambio.”(Arturo Frondizi/”Carlos Pellegrini, industrialista y proteccionista”/1984)

Considerando al referente citado –yanqui ex presidente de su país- y a quienes va dirigida su oratoria –los más acérrimos defensores del librecambio, fundadores de las primeras colonias establecidas en el país del norte abastecedoras de materias primas para el imperio- el ejemplo es ilustrativo de lo que se teje cuando de proteccionismo y librecambio se habla. Al respecto, Carlos Pellegrini aporta lo suyo:

“No hay en el mundo un solo estadista serio que sea librecambista, en el sentido que aquí entienden esta teoría. Hoy todas las naciones son proteccionistas y diré algo más, siempre lo han sido y tienen fatalmente que serlo para mantener su importancia económica y política.”

Tres presidentes (Grant, Pellegrini y Frondizi), de países con una problemática similar en su originaria dependencia de la producción primaria, exponen las dificultades del desarrollo interno de un Estado sujeto a las reglas del librecambio. Agrega Jauretche al respecto:

“Los constructores de la grandeza norteamericana sabían diferenciar el distinto grado de evolución de las economías y comprender que los países más atrasados necesitan proteger el desarrollo paulatino de sus industrias ante la competencia demoledora de la importación a precios bajos, de los más adelantados. Resulta fatal el avance de los precios en las mercaderías en que interviene la técnica y la mano de obra abundante, sobre los precios de las materias primas. La riqueza de un país está en relación directa con la mano de obra ocupada y su retribución, o sea en la capacidad de su mercado interno de consumo, porque el país más rico no es el que más exporta o importa, sino el que más consume por habitante.” (Ejército y política/1958)

Cobra así sentido político la frase “haz lo que yo digo y no lo que yo hago”. El progreso de una nación relativamente joven como EE.UU está ligado –entre otras variables- al histórico proteccionismo sobre su producción, algo que continúa en el presente. Ahora bien, cuando de política económico/imperial se trata, los amigos del norte no reparan en aprietes para condicionar la firma de tratados de libre comercio –el ALCA fue su última intentona por estas tierras- que les garantice colocar sus excedentes en países con menor desarrollo industrial y tecnológico como son los latinoamericanos. Un feroz proteccionismo de “puertas hacia adentro” en contrapunto con la propaganda neoliberal que, sustentada por organismos internacionales como el Banco Mundial y el FMI, se pregona como receta milagrosa para el progreso del resto del mundo.

Hasta aquí las coordenadas que nos traen al presente, donde resurge en nuestro país la disyuntiva histórica entre fuerzas que pujan por la supremacía del modelo agroexportador y de la dependencia económica, y las que se enmarcan en una línea de base nacional desarrollista e industrialista. Atravesados ambos modelos por intereses económicos comunes, en el trasfondo de la inclusión o exclusión que proyectan sobre la sociedad argentina es donde adquiere sentido general la acción de políticas estatales que equilibren las asimetrías que la acumulación de capitales genera.

-Un mal día China comienza a implementar una política agresiva en la fabricación de maquinarias agrícolas. Mil trescientos millones de chinos no son de despreciar a la hora de generar mano de obra barata, lo que otorga a lo producido un precio más que competitivo en el mercado mundial. En un posible mundo en crisis –similar al actual- el consumo se desacelera. El “gigante asiático” acumula excedentes de producción. Para ubicarlos elige mercados periféricos, aún al precio de que sus ganancias sean mucho menores o nulas. Regidos por reglas económicas de libremercado –como las implementadas en nuestra historia reciente por Martínez de Hoz o Cavallo-  los países latinoamericanos importan estos excedentes. El productor agropecuario argentino se beneficia por el acceso o recambio del parque agrícola a menor precio pero… para competir con un producto importado cuyo valor está por debajo del costo de producción local, la industria nacional, que en una economía de librecambio está sujeta a la libre competencia y a la ausencia de regulaciones e incentivos estatales, sufre un paulatino deterioro; las pérdidas se amortizan apelando a la baja en los sueldos de los trabajadores –la flexibilización laboral es constitutiva de la economía liberal- y luego –en una dialéctica que no reconoce excepciones- subsiste achicando su planta operativa. Si esta política de apertura continúa en el tiempo, la suerte está echada: quiebra de centenares de empresas ligadas al sector metalmecánico y desocupación subsiguiente. En ésta –una ciudad como tantas otras que articula su economía en relación a la inyección de divisas generada por este sector- se sufre el impacto directo de la pérdida del poder adquisitivo del trabajador. Cierran las fábricas, cierran los comercios. Una historia conocida.-

Esta fábula podrá inscribirse en el rubro “película de terror clase B”; pero quizás sirva para ejemplificar que sin las mentadas medidas proteccionistas –en una Argentina con una fuerte sujeción intelectual colonizada (a izquierda y derecha) donde la dependencia foránea es fogoneada históricamente desde la prensa cipaya-  puede ocurrir que, del otro lado del mundo, algún día un obrero chino suelde una plancha de hierro, y que por estos pagos nos resfriemos todos.

Arturo Jauretche: pensador, escritor y político argentino (1901-1974). Escritos: Manual de zonceras, Los profetas del odio, Filo, contrafilo y punta.
Arturo Frondizi: presidente argentino (1958-1962)
Carlos Pellegrini: presidente argentino (1890-1892)
José Martínez de Hoz: ministro de economía de la dictadura cívico/militar (1976-1983)
Domingo Cavallo: ministro de economía de los gobiernos de Carlos Menem y Fernando de la Rúa

Julio Capanna/Armstrongyregión

sábado, 14 de enero de 2012

ARMSTRONG en la GUERRA DEL PARAGUAY

Un dato histórico leído al pasar a veces ayuda a atar cabos que se intuye pueden tener un nudo en común. El siguiente artículo, basado en textos cotejables, alude a la figura del irlandés Thomas Armstrong, y su relación con el apoyo económico al Estado argentino para costear la Guerra de la Triple Alianza (1865/1870), más conocida como “Guerra del Paraguay”.

Curriculum vitae

Thomas Armstrong (1797-1875) fue socio de una compañía de seguros, propietario de un saladero, accionista del primer ferrocarril local (Ferrocarril del Oeste) y del Ferrocarril Buenos Aires-Ensenada, director residente del Ferrocarril Central Argentino, terrateniente en el sur de Santa Fe, principal accionista del Banco de Buenos Aires y uno de los fundadores de la Bolsa de Valores. Intervino para normalizar los pagos de la deuda Baring (1). Fue representante -ante el Gobierno de la Provincia y luego Gobierno de la Nación- de un grupo de prestamistas para el cobro de intereses y capital. Fundador también de la Sociedad de Residentes Extranjeros, predecesora del Club de Extranjeros, el más viejo club social en Sudamérica, conocido por tener entre sus miembros a los más influyentes comerciantes de Buenos Aires.

El siguiente párrafo contextualiza la situación sudamericana por aquellos años en relación a la ingerencia británica en la política y la economía de nuestros territorios:

“Entre 1876 y 1900 América fue el único lugar del planeta que muestra un retroceso en la sujeción colonial (África aumentó desde un 10,8% en 1876 a un 90,4% en 1900). No tuvimos gobernador inglés ni tropas de ocupación, pero ¿quién podría afirmar que nuestra voluntad fue libre y soberana? Gran Bretaña no siempre abrió los mercados a cañonazos; hábilmente combinó caricias y palos. Aquí los cómplices vernáculos le evitaron el gasto de la administración colonial y los soldados. La verdad fue que la succión de las riquezas del país se tradujo en un portentoso crecimiento de la renta británica.”

Sobran textos y ensayos que describen esta ingerencia en la Argentina del siglo 19. El monopolio financiero, crediticio y del comercio de las carnes y la casi exclusiva explotación de las concesiones de los ferrocarriles son parte de esta sujeción colonial que Inglaterra pudo desarrollar en connivencia con las oligarquías locales instaladas en el gobierno. Beneficiadas por el modelo agroexportador impuesto por la Organización Internacional del Trabajo, las clases dominantes organizaron al país en el papel único de suministrador de materias primas al mercado internacional, impidiéndole cualquier tipo de desarrollo industrial que pudiera competir con las manufacturas inglesas.

El origen y las consecuencias de la concesión del Ferrocarril Central Argentino -del que Thomas Armstrong fue director- nos remite a la poderosa influencia de los capitales extranjeros en la conformación de un sistema organizado casi exclusivamente para el traslado de materias primas desde los puntos de acopio hacia los puertos de ultramar:

“La construcción de ferrocarriles en las colonias y países poco desarrollados no persiguen el mismo fin que en Inglaterra; es decir, no son parte –y una parte esencial- del proceso de industrialización. Esos ferrocarriles se emprenden simplemente para abrir esas regiones como fuentes de materias primas, no para apresurar el desarrollo social por el estímulo a las industrias locales. En realidad la construcción de ferrocarriles coloniales en países subordinados es una muestra del imperialismo en su función antiprogresista, que es su esencia.” (2)

En 1862 el Congreso Nacional vota una ley autorizando al Poder Ejecutivo a acelerar un contrato: se trata de construir la línea férrea que unirá Córdoba con Rosario. El Estado acepta como verosímil el costo de 6000 libras por milla, pero el ingeniero Alan Campbell, trabajando por encargo de Urquiza (3), había llegado a un costo mucho menor. Weelwright (norteamericano ligado a la construcción del ferrocarril) considerará esta cifra –la de Campbell- como valedera. Más tarde creerá conveniente inflar los costos falsificando cifras: era la manera de aparentar una inversión mayor a la real. ¿Por qué razón? Muy sencillo: el Estado argentino garantiza a los inversores un beneficio mínimo anual del 7% sobre el capital invertido, y se compromete a “extraer de sus arcas” los fondos necesarios para llegar a ese 7%, si los beneficios originados en la explotación de los ferrocarriles fueran menores. Weelwright pretende la concesión más la cesión gratuita de enormes superficies de tierras a ambos lados de las vías. En cuanto a la caución en efectivo a que lo obliga el contrato con el gobierno –una garantía de cumplimiento- se niega terminantemente a depositarla. Rawson –ministro de la Nación por entonces- se pliega a los deseos de Weelwright. El contrato definitivo para la construcción del Central Argentino exime al empresario norteamericano de pagar impuestos durante cuarenta años por la introducción de material ferroviario. Esta franquicia alude también a otras propiedades de la compañía, incluso las tierras que el Estado le cede. Sobre este “regalo” citan los británicos: “El Central Argentino ha recibido del Gobierno Nacional 1.200.000 hectáreas de tierra en donación.” Agregando luego que: “los actuales propietarios de la tierras se llaman Thomas Armstrong (99.000 hectáreas); Casey (204.000); Mackenzie (40 leguas cuadradas); Turner, Runciman, Daly, Gordon, Kavanagh, etc, distintas superficies todas ellas considerables.

Estos datos arrojan luz sobre el lucro del capital británico y el accionar del Estado argentino como facilitador de esta política. Lo que sigue configura el núcleo del artículo, evidenciando la participación de Thomas Armstrong en el financiamiento de una guerra que llenó de oprobio a nuestro país y que acabó –deliberadamente- con una nación que se resistía –causa comprobada por la cual se origina el conflicto- al libre comercio impuesto por las potencias imperiales:

“A pocos días de estallar la guerra contra el Paraguay, el periódico La Nación menciona las ofertas de empréstitos hechas por particulares y bancos extranjeros. Ello ocurre el 22 de abril de 1865; y el mismo día agrega: “No faltaron, desde el primer momento, prestamistas que ofreciesen al gobierno las sumas que necesitaba; pero esas ofertas, atentas las circunstancias, no eran hechas en las condiciones favorables que podíamos desear”(3) Una semana más tarde, el mismo diario anuncia con alborozo la contribución de 50.000 pesos que acaba de hacer don Thomas Armstrong para gastos de guerra, y su compromiso de reiterarla en suma igual durante todos y cada uno de los años que se prolongue el conflicto. Armstrong es un gran personaje y su “contribución” para la guerra resulta harto significativa; es imposible separarla de su condición de Director residente del Ferrocarril Central Argentino.”

Thomas Hutchinson (4) agrega al respecto: “habiéndose difundido la noticia de la guerra, los comerciantes extranjeros en Buenos Aires se apresuraron, “sin que se lo hayan pedido”, a realizar amplias donaciones para satisfacer las necesidades emergentes del conflicto.” El Banco de Londres fue de los primeros en acudir en auxilio del gobierno, por supuesto cobrando el elevado interés del 18%. Concurrió en apoyo financiero del Gobierno Nacional a poco de estallar la Guerra del Paraguay uniformando su acción con la del Ferrocarril Central Argentino, que adhirió bajo la forma de una donación espectacular del director señor Thomas Armstrong.

Consecuencias

La guerra significó el aplastamiento paraguayo: con su población masculina aniquilada, más de 100.000 bajas, (sobre una población de 450.000 habitantes), su territorio mutilado y sus industrias desaparecidas, el país sufrió un inmenso colapso del que tardó décadas en recuperarse.

Los vencedores, arruinados por el altísimo costo del conflicto, quedaban en manos de los banqueros ingleses que habían financiado la aventura. Brasil, Uruguay y Argentina sufrieron una bancarrota financiera que agudizó su dependencia frente a Inglaterra.

La población masculina del interior argentino fue reclutada obligatoriamente –bajo pena de muerte en caso de negación o deserción- para incorporarse en masa a una guerra absolutamente impopular (5). Las levas diezmaron poblaciones enteras y aumentaron la pobreza y exclusión de territorios de por sí pauperizados debido a la política porteña.

Conclusión

La historia oficial, escrita por la élite política y económicamente dominante -tan propensa a elevar “enanos a la altura de gigantes”- instaló en la mentalidad colectiva un discurso único dirigido a distorsionar y transfugar hechos y personajes. Fueron la educación y la prensa sus principales herramientas de propaganda. Esa deformación histórica aparece en su verdadera dimensión al cotejarlo con los nombres “insignes” que llevan nuestras plazas, calles y pueblos. Al descorrer el velo impuesto, surge la evidencia del engaño como método de dominio y conservación del orden establecido. Centenares de pueblos y ciudades, regados a lo largo y ancho de estos territorios, perpetúan la falacia. Llegará el día –más temprano que tarde- en que estos pueblos asuman su verdadera identidad, y la sostengan con una autodeterminación hoy relegada.

(1)   Baring fue el primer empréstito –deuda externa- contraído de manera onerosa por nuestro país durante el gobierno de Bernardino Rivadavia (1826-1827).

(2)   Allen Hutt (1901/1973) periodista y activista político británico.

(3)   Justo José de Urquiza (1801/1870) gobernador de Entre Ríos, líder del Partido Federal y presidente de la Confederación Argentina entre 1854 y 1860.

(4)   Estas palabras de La Nación deben ser tomadas como verdaderas, ya que el diario refleja el pensamiento de su fundador, Bartolomé Mitre (presidente argentino 1862/1868) y conoce los entretelones de la política oficial.

(5)   Thomas Joseph Hutchinson (1802/1885) diplomático, médico y escritor de viajes anglo-irlandés.

(6)   Urquiza adhirió al llamamiento hecho por Mitre para movilizar a las provincias contra el pueblo paraguayo. Los federales entrerrianos estaban indignados, escribían contra la guerra y a favor del Paraguay. López Jordán escribió a Urquiza: “Usted nos llama para combatir al Paraguay. Nunca, general. Ese pueblo es nuestro amigo. Llámenos para pelear a porteños y brasileños. Estamos prontos. Éstos son nuestros enemigos.”

Fuentes

- León Pomer (La Guerra del Paraguay)

- Raúl Scalabrini Ortiz (Política inglesa en el Río de la Plata)

- Raúl Scalabrini Ortiz (Historia de los ferrocarriles argentinos)

- Rosario y su zona: historia y curiosidades

Julio Capanna para Armstrong Región

miércoles, 4 de enero de 2012

"UN MUNDO FELIZ"

“Cuando la producción de mercancías –es decir, la elaboración de productos destinados no al consumo propio sino al cambio- alcanzó determinado desarrollo, una nueva forma de apropiación apareció en el mundo. En la forma “capitalista”, el obrero ya no se apropia el fruto de su trabajo. En un principio el obrero cambiaba el objeto que él había producido por otro objeto producido en igual forma y de valor equivalente. Con la creación del comercio mundial y la aparición de masas enormes de “obreros libres” que ofrecían en venta su fuerza de trabajo, los cimientos de un nuevo régimen aparecieron: un régimen en el cual lo que el capitalista da al obrero a cambio de lo producido por su fuerza de trabajo es extraordinariamente inferior a lo que el producido vale. Es decir, el capitalista se apodera, sin retribuirla, de una parte considerable del trabajo ajeno, y el salario con el cual dice que “paga” a sus obreros, sólo sirve a éstos para mantener su propia vida, para reponer su fuerza de trabajo y volvérsela a vender al capitalista en iguales condiciones.” (Aníbal Ponce/Educación y lucha de clases)
Dentro de estas coordenadas histórico/sociales nos movemos desde hace siglos y, nos guste o no, creamos un universo de simbolismos que remiten necesariamente a las formas de expropiación y acumulación inherentes al sistema económico dominante. Nuestra cultura se encarga de perpetuar todos y cada uno de estos símbolos que hacen a la admisión natural de las contradicciones que engendra la explotación capitalista, consagrando como “hecho natural” un sistema artificial fundamentado en dicha forma de acumulación de riqueza.

“El dinero que el obrero recibe lo gasta para conservar su fuerza de trabajo. Lo que equivale a decir, si se considera en su conjunto la clase capitalista y la clase obrera, que el obrero gasta el dinero que recibe al solo objeto de conservar al capitalista el instrumento que le permite seguir siendo capitalista” (Marx/El capital)

En la saga cinematográfica “Matrix”, millones de humanos nacemos y permanecemos durante toda nuestra vida conectados a un sistema que transforma y utiliza la energía generada por cada persona, posibilitando ello el funcionamiento de las máquinas que dominan el planeta. Un programa de computación al que nos hallamos mentalmente conectados simula las condiciones de vida del mundo de finales del siglo 21. Dentro de esta “realidad virtual” nos desenvolvemos. Cuando la “pila humana” se agota, el cuerpo es licuado y sirve de alimento al resto.

¿Ciencia ficción o crítica descarnada del sistema en que vivimos?

Ahora que las temperaturas -y el bien ganado descanso de muchos de los ante-citados por Marx- facilitan algunas horas de ocio, el que suscribe recomienda la lectura de un libro que lleva por título el que da pie a este artículo, del británico Aldous Huxley (1894-1963). Cualquier semejanza con la realidad es pura coincidencia.

Aquí, allá…y en todas partes.

Julio Capanna para Armstrong/Región