"Hacer un país es hacer hombres para que, a su vez, los hombres hagan el país" (Arturo Jauretche)

sábado, 13 de noviembre de 2010

Jauretche: historia oficial y superestructura cultural

La falsificación de la historia es una política. Ha sido una sistematización sin contradicciones, perfectamente dirigida. Lo que se nos ha presentado como historia es una "política de la historia", en que ésta es sólo un instrumento de planes más vastos, destinados precisamente a impedir que la historia, la historia verdadera, contribuya a la formación de una conciencia histórica, que es la base necesaria de toda política de la Nación."
Los falsificadores no fueron individuos aislados sino los instrumentos de una sistemática del conocimiento histórico, destinada a servir la política de la oligarquía y la dependencia económica del país; de ahí su posición actual y esta referencia al presente, pues saben que la modificación en el juicio histórico facilitará la comprensión de la tarea a realizar.
No se puede aislar la falsificación de la historia de la creación y existencia del aparato que ha construido la superestructura cultural del país. Él se preocupó de la historia como se preocupó de difundir determinadas ideas económicas y el prestigio de los hombres, desde la política a las ciencias y las artes, que se manifestaban dóciles para seguir las directivas de la colonización porque éste es el quid de la cuestión: "la falsificación de la historia forma parte de la colonización pedagógica".
El aparato de la superestructura cultural es poderoso y persiste tenaz -mientras las generaciones se suceden- actuando sobre los nietos de los nietos como actuaron sobre los abuelos de aquellos.
La historia falsificada tiene a su favor todas las estatuas y todos los retratos en todas las plazas y en todas las escuelas y en todos los Rotary Clubs y Leones y en todos los diarios y en todas las revistas, y la historia tal como se enseña en la escuela, lo que dicen los textos y las cátedras desde las secundarias a las universitarias.
Caseros sirvió para extinguir en lo geográfico y en lo humano las posibilidades de un gran país, y en el orden económico, las balbuceantes formas precapitalistas que obstaculizan el desarrollo imperialista.
San Martín, al concitar a los pueblos para organizar sus libertades, formar sus ejércitos, conducirlos a la victoria, proclamar y establecer sucesivamente la independencia de tres repúblicas, realiza un proceso histórico que no cabe en tradiciones ajenas a la nuestra, argentina y americana. Esta originalidad, no literaria sino política, no transitoria sino perdurable, no material sino moral, es fundamental excelencia y blasón de la nacionalidad.
No es todavía el tiempo de la ecuanimidad porque para eso hace falta que todos hayan sido –hombres y hechos- medidos con la misma vara y que las oportunidades sean para todos iguales. La falsificación de la historia es una política de la historia. La revisión también es una política de la historia y debe ser una política combatiente.

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