Capitulo 1
OLIGRAQUIA E INMIGRACION EN LA ARGENTINA
-Síntesis-
En 1857, los “rivadavianos” subsistentes liquidan el régimen de contratos agrarios perpetuos y hereditarios (enfitéuticos), suplantándolo por la ley de arriendos. El gobierno, convertido en propietario y especulador, repartió entre sus adictos fabulosas extensiones, que al mismo tiempo servían a la clase propietaria para financiar la guerra política contra el interior y arruinarlo por el régimen aduanero del puerto exportador, que había derogado las medidas proteccionistas de Rosas. En 1878, aseguradas por Roca las fronteras contra el indio, se enajenaron tierras por millones de hectáreas en Córdoba, Mendoza y Buenos Aires. Más de 3 millones de hectáreas se repartieron entre pocas personas. La ley Avellaneda de colonización fue manejada a su antojo por empresas y sociedades capitalistas extranjeras, especuladores particulares y usureros. En las proximidades de 1890, las mejores tierras han sido cedidas ya a bajo precio. En pocas décadas, con la valorización de la propiedad territorial se cimentó el dominio político de la oligarquía propietaria. Todos los gobiernos posteriores a Rosas, hasta el ascenso de Yrigoyen –que también era estanciero- continuaron esta política. La ola inmigratoria del siglo XIX es la consecuencia de este asentamiento de la oligarquía necesitada de brazos.
Este proceso de extrema concentración de tierra en pocas manos se produce inmediatamente de sancionada la Constitución de 1853, cuya letra y espíritu, en su estricto sentido histórico, es la armadura jurídica de la gran propiedad territorial. Aquí el latifundio se hizo liberal y se vistió con la librea del progreso. Y con este atuendo despojó y liquidó como clase a la población nativa. Martín Fierro es el recuerdo penumbroso de esta gran tragedia nacional.
EL ESPIRITU DE LA OLIGARQUIA
El poderío de la oligarquía terrateniente no es exclusivamente material. Penetra todas las instituciones –económicas, jurídicas, educativas, políticas, financieras, religiosas, militares- y así, este poder incorpóreo impregna y unifica alrededor de su centro organizador, la estancia, la espiritualidad de toda la Nación. En actitud defensiva frente al pueblo, sus miembros están estrechamente unidos por un cohesivo sentimiento de clase fundado en la conciencia de la usurpación del poder político. Ese miedo institucionalizado tiene una raíz de clase frente al poder amenazador del pueblo. Cuanto más estratificada es una sociedad, tanto mayor es el temor de las clases altas.
El grupo dirigente no favorece la apertura de sus cuadros a miembros de otros estratos sociales, aunque en períodos de crisis económica tiende a franquear sus fronteras de clase a los individuos prominentes de la burguesía industrial en ascenso.
La imagen material de este prestigio de clase se identifica en sus integrantes, con la condición de estancieros. La estancia es el basamento de su dominio a través de la visión idealizada del campo, que para la clase oligárquica clausurada en su propio destino sociológico, es la base tanto de su riqueza material como de la importancia de la Argentina en el mundo. Expresiones de esta nobleza son la Sociedad Rural, como manifestación de bienestar en los negocios, y el Jockey Club, correlato –para sus miembros- de elegancia mundana y similar filiación política. Están convencidos, los miembros de esta clase, de su superioridad espiritual y de sangre, a pesar de que su nivel cultural en general es bajo. Tienen además el sentimiento disgustado del crecimiento del país y de la presencia de nuevas clases sociales que amenazan su dominio político. Como toda casta conservadora en descenso, en medio de sus mitos liberales calcinados, se aferra a una imagen histórica del país convertida en categoría inmóvil del ser nacional. Y así, de su propia situación de clase, deriva una visión del país que no existe fuera de esa psicología de clase estéril, adinerada y ociosa.
La oligarquía, en esa espesa red de intereses burocráticos, financieros, internacionales, no aparece en primer plano. El secreto de su poder reside en que es un poder secreto. No aparece como tal en la Universidad sino mediante profesores que dependen de ella por sus actividades profesionales –abogados de empresas extranjeras, médicos- o como colaboradores de sus salas de conferencias distribuidoras de una fama dirigida. O simplemente como burócratas. No le interesa, a la oligarquía, que tales profesores se califiquen a sí mismos de “izquierdistas” sino que esas ideas de izquierdas den la sensación de liberalidad política. A la oligarquía le convienen estos intelectuales ambiguos que hablan de todo menos de la cuestión nacional. Los lazos de la oligarquía con la intelectualidad que depende de su aparato cultural son muy estrechos aunque difusos. De ahí el carácter antinacional de esa “intelligentzia”.
OLIGARQUIA Y CONSERVATISMO
El centro de su filosofía política es el carácter inalienable de la propiedad de la tierra. Frente a un país en crecimiento que asiste al desarrollo y movilidad de las clases sociales, no se siente en paz sino cuando el poder político está asegurado. Convencida de que el progreso de la Nación se debe a la filosofía liberal de los antepasados que de país atrasado elevaron a la Argentina al primer rango de América Latina por sus ferrocarriles, servicios públicos, comunicaciones, etc, puede mostrar su obra. Pero detrás de la obra se oculta el fraude. Tales progresos, de un lado, tuvieron por finalidad no el desarrollo del país sino la valorización de las tierras. La oligarquía ha cumplido una función antinacional. El progreso que menta es el progreso al servicio del latifundio.
LA DEFORMACION DE LOS HEROES
El entreguismo de la oligarquía no fue un simple error. Fue el coronamiento político y cultural de sus intereses de clase asociados por encima del país a su subordinación al mercado internacional. Su obra maestra, a fin de justificar esta política, ha sido su historia oficial. Ha inventado figuras, las ha iluminado y oscurecido, las ha exaltado o deshonrado.
LA INMIGRACION: SU CARACTER COMPLEJO
Puede considerarse una nota saliente de la Constitución de 1853, el estímulo a la inmigración europea. Tal programa se cumplió. Vencidas las últimas resistencias, la oligarquía porteña, ganadera y comercial, triunfante con Mitre, se propuso la organización nacional de acuerdo con el interés de la clase terrateniente bonaerense ligada ya indisolublemente al imperio británico. Por la Constitución se concedieron mayores ventajas a los extranjeros que a los nativos, con la evidente finalidad de excluir a la población autóctona en la que palpitaba aún el espíritu nacional subyugado por los ejércitos regulares de Buenos Aires. La inmigración, vista en su perspectiva histórica real, no ideal, contribuyó a contrarrestar la fuerza viviente de la conciencia nacional durante un largo período.
EL SENTIDO REAL DE LA INMIGRACION
La inmigración debe valorarse en sus diversas etapas históricas. Durante el siglo XIX fue beneficiosa como hecho demográfico y económico, pero su asimilación al país y aporte cultural fueron negativos en tanto resistencia a la cultura nativa más antigua. Desde el punto de vista cultural, el aporte se redujo a la introducción restringida de algunas técnicas de cultivos y al tratamiento derivado de ciertos productos de la economía familiar. El aporte efectivo fue demográfico. Y no tan importante como se ha pretendido, pues la economía del monocultivo reguló desde el principio la prolijidad de la población en su conjunto dentro del marco impuesto por la condición colonial.
La Argentina poco poblada es la consecuencia del régimen de la tierra. Esa inmigración, sobre todo la que se afincó en la tierra, fue ideológicamente reaccionaria, no progresista. El bajo nivel técnico de una industria semiartesanal, antes de la guerra del 14, es la consecuencia de este ordenamiento colonial de la economía. El desarrollo industrial posterior coincide tanto con dos guerras mundiales como con la pérdida del poder político por la oligarquía ganadera. La inmigración en la chacra o tras el mostrador, desde el punto de vista de la cultura, no significó un adelanto, más allá de los intercambios relativos.
La influencia política de la inmigración que comienza a hacerse sentir a fines del siglo XIX se funda en razones económicas. A saber, antagonismos relativos con la oligarquía propietaria de la tierra. Pero el prestigio social de esta clase y su poderío material, del cual dependió siempre la economía de los inmigrantes, ha neutralizado toda oposición política seria. La población agraria de origen extranjero, más que enemiga, ha sido aliada de la clase terrateniente, en la medida en que la estructura agropecuaria del país, por encima de las contradicciones existentes, permitía diversas combinaciones y utilidades recíprocas. La unión de la clase terrateniente con los colonos y propietarios medios, por las relaciones jurídicas de la propiedad territorial, más que antagonismos ha creado situaciones solidarias de conjunto entre la oligarquía y la población inmigrante. El fraude político durante los gobiernos oligárquicos no produjo graves descontentos entre los grupos inmigrantes del campo. Y es que esa pequeña burguesía rural está ligamentada al sistema de la producción agropecuaria, de cuyos beneficios participa como clase subordinada, a costa de la deformación económica del país entero.
LA LENGUA: FACTOR CULTURAL
El idioma es un producto colectivo que el individuo encuentra hecho al nacer. Su presencia es coactiva y determina la personalidad del sujeto, lo adhiere espiritualmente a un entorno cultural que la lengua refleja en sus valores regionales o nacionales peculiares. En tanto hecho social, las representaciones colectivas tienen su propia coloración espiritual que le viene del tipo de vida comunitaria en que el lenguaje funciona como producto y como nexo de la interacción humana. Se piensa, siente, quiere, en términos de lenguaje, que es el instrumento expresivo del pensar, del sentimiento y la voluntad. Todo individuo es su propio idioma. Las características de una nación son recogidas y mentadas por la lengua que reproduce el tipo social y cultural de la colectividad. En tanto depósito del genio colectivo, en sus diversas manifestaciones prácticas y culturales, es quizá la lengua el más recalcitrante texto de la cohesión nacional.
EL SISTEMA EDUCATIVO DE LA OLIGARQUIA
En la Argentina se yuxtaponen dos estratos culturales bien delimitados. El más antiguo, centro-andino, hunde sus raíces en el pasado, se conserva enclavado en las estructuras geográficas y la cultura conservada por la población criolla arcaica de raíz hispánica. Tiene su centro de irradiación esta área cultural, en las provincias mediterráneas y del norte. El estrato cultural más reciente está en las grandes ciudades y en las provincias litorales ligadas a Buenos Aires por el tipo de producción común (agropecuaria). El centro de esta cultura posterior es Buenos Aires, sede de la oligarquía ganadera, cuyo poder económico y político ha marcado con su sistema de ideas, filiado por adopción a Europa, no sólo su propia mentalidad y conductas culturales sino las de las clases medias, en su casi totalidad derivadas de las diversas olas inmigratorias. La inmigración aparece directamente modelada por esta cultura, hecho en el cual han influido dos factores: el poder económico y político de la oligarquía y el origen europeo de las clases intermedias derivadas del proceso inmigratorio.
La educación impuesta a un país depende: 1) Del ideal de vida de la clase dominante. 2) De las generaciones intelectuales que educan al servicio de esa clase. La oligarquía liberal ha infundido a toda la cultura –en el aspecto pedagógico- sus propios valores, desde 1853 en adelante. La Universidad, en cuanto institución, es solidaria con las demás instituciones vigentes –económicas, jurídicas, culturales- de las cuales ella, colocada en el cruce de los círculos sociales y culturales dominantes, es mera expresión ideológica. Liberalismo y coloniaje representan en el país actual, y como derivado de la invasión imperialista durante el siglo XIX, la fórmula indivisible de lo antinacional. La historia de nuestra Universidad es, por ello, la historia de nuestra oligarquía. Con breves intervalos, esa oligarquía durante una centuria logró consolidar e imponer a la Nación su despotismo más o menos ilustrado. Esa Universidad, sin ritmo ni estilo peculiar, fue el medio más sutil del predominio espiritual del coloniaje.
La Universidad, asentada como institución modeladora y transmisora de la cultura oficial, sobre la dualidad del latifundio terrateniente y el imperialismo extranjero, ha limitado su misión, que debió ser nacional, a la tarea de formar conciencias adictas a los valores culturales derivados de la propiedad territorial. La Universidad liberal, por la contradicción misma que determina la existencia de los países coloniales, ha jugado un papel reaccionario. ¿Cómo se explica, empero, la función histórica reaccionaria de la Universidad y el ejercicio de la cátedra por profesores que ideológicamente no son reaccionarios? Los medios con que la clase dominante extiende y cohesiona su poder sobre el país son difusos e indirectos. Es una especie de poder tentacular que atraviesa transversalmente todas las instituciones sin mostrarse. La formación de la conciencia ideológica de las clases no aristocráticas comienza en la familia, educada a su vez en la chacra o en el hogar medio de la ciudad en el respeto hacia los valores de la clase dirigente, se continúa en la escuela, se troquela en la enseñanza media, se cristaliza definitivamente en la Universidad.
INDUCCION CULTURAL SOBRE LA CLASE MEDIA
Nada más difícil para el hombre promedio, sumido en preocupaciones prácticas, acostumbrado a ver las cosas pero no las relaciones entre ellas, que descubrir la presión configuradora del grupo dirigente, los fines sociales encubiertos de un sistema educativo, que además, se presenta a su sentimiento como la imagen verdadera del país, como el espíritu mismo de la Historia flotando con el peso impalpable y paralizante de las tradiciones. Millones de argentinos han aceptado y aceptan esta imagen colonizada del país clisada por los grandes diarios de la oligarquía ganadera y cuya representación psíquica –de ahí su fijeza espiritual inalterable- comenzó a esclerosarse en la escuela primaria. Entre la clase alta que educa y las clases inferiores educadas, hay capas intermedias que sirven a esa clase. Maestros, periodistas, profesores. Por eso, el sistema educativo de la oligarquía, junto con el desentendimiento de la ciencia, ha dirigido férreamente la enseñanza de la historia, del derecho, de la literatura, materias formativas por excelencia, a los fines de afirmar y justificar ante las demás clases su dominio político y petrificar culturalmente su prestigio.
Hacernos creer que el atraso científico era la resultante de ciertas fatalidades geográficas o mentales del país y la raza, ha sido la malversación espiritual de la oligarquía. Y darle vigencia a estas ideas desde la cátedra, la traición de la intelectualidad universitaria de la Nación.
LA TECNOLOGIA DEL MONOCULTIVO
El país ganadero no necesitaba de la ciencia, pues la filosofía del monocultivo rechaza por definición el despliegue del espíritu colectivo, asociado siempre, por la relación inescindible entre la realidad y los productos de la cultura, al desarrollo integral de la comunidad. La Argentina, fue un país de maestras normales educadas en la leyenda de la civilización sin máquinas y en la menorvalía de nuestra incompetencia industrial. La filosofía del liberalismo sirvió en la Universidad al tradicionalismo conservador.
La investigación científica sólo florece en países cuyo desarrollo industrial lo exige. Un país agropecuario no estimulará el progreso de la ciencia por la sencilla razón de que no la necesita. Y como la industrialización en gran escala moviliza las energías totales de la comunidad nacional, el progreso científico se identifica con el progreso cultural.
LA CLASE MEDIA DE ORIGEN INMIGRANTE
El instrumento de que se vale la oligarquía para conservar y difundir su pensamiento de clase es la pequeña burguesía, en su inmensa proporción de ascendencia inmigrante. La clase media no tiene una política propia. En los países coloniales, un estado psicológico común en vastas capas intelectuales de la clase media, es su deseo de no informarse de la cuestión nacional, que les inspira una repulsa instintiva y la sospecha de que todo libro nacional es “nacionalista”. De esta manera, por gradación lógica insensible, el análisis del imperialismo que parte de la cuestión nacional es fascismo, en tanto el antiimperialismo referido al mundo en general, que es forma vacía de contenido histórico concreto, pensamiento avanzado, revolucionario y progresista. Cuando los intelectuales de izquierda se refugian en la tribuna elevada de la cátedra, en la “investigación científica”, en el seminario, en verdad, reflejan la posición misma de la clase media que se aparta de la lucha cuando su ajuste transitorio a la sociedad hace innecesarias sus protestas larvadas de clase dependiente. Es lo que hay de irresoluto y falso en ellos mismos como asalariados intelectuales de la clase dominante, lo que los lleva, al servicio de esa clase, a falsificar la historia, la literatura, la visión del país. En todo pensamiento de clase hay una raíz económica. Por eso la ideología del intelectual de la clase media es solidaria con la clase que paga sus servicios y de la que, en el orden cultural, es un mero agregado económico.
Los miembros de la clase media, por su misma inestabilidad económica, son elementos pasivos e intermediarios de la clase gobernante. Es solamente en las épocas de rápidos cambios sociales, al subvertirse el antiguo orden jerárquico de la sociedad, cuando la pequeña burguesía amenazada en su relativa seguridad material y en su opaca vida espiritual, abraza posiciones revolucionarias. Al peligrar su status económico, su conciencia fluctuante se fragmenta ideológicamente según sus diversas capas componentes. En tales momentos de agitación, su pensamiento muestra las contradicciones reales de su ideología, la base social de su pensamiento y experimenta el sentimiento temeroso de su aislamiento entre la clase alta a cuyo ideal de vida aspira y la clase baja a la que teme descender. Al alterarse las condiciones materiales de su existencia, entra en un período de confusión ideológica. Duda, entonces, de las tradiciones culturales de la clase dirigente en las que ha sido educada, percibe que las instituciones sociales que le parecían, a través de la educación recibida, lo más sólido de la vida colectiva no responden a sus representaciones mentales ni a sus intereses específicos de clase intermedia. Incapaz de definirse, de conducir a término y con decisión un movimiento revolucionario, es el colchón amortiguador entre las dos clases verdaderamente revolucionarias, burguesía y proletariado, y marcha políticamente a la deriva de ellas. En el orden intelectual administra la cultura de la clase gobernante. Su dependencia material le quita toda libertad y un sordo descontento la obliga a refugiarse en un idealismo ético –el socialismo burgués por ejemplo- que en el fondo oculta su impotencia revolucionaria. Lo mismo pasa con la masa estudiantil que proviene de la pequeña burguesía. Amenazada como clase, sin clara conciencia, por razones generacionales, de sus objetivos políticos propios, agita ideas abstractas –democracia, libertad, cultura- y las erige en mitos éticos que encubren confusamente, a través de aproximaciones ideológicas no racionalizadas, sus aspiraciones de clase reales, materiales.
Los valores éticos que la Universidad difunde y los estudiantes de la clase media asimilan son los siguientes: 1) La creencia de que el título universitario es un talismán del éxito personal y una diferenciación social, una aristocracia modesta y diplomada. 2) El sentimiento de que sólo la capacidad personal explica el éxito o el fracaso en la vida, con lo cual adopta la teoría de las clases altas sobre las diferencias naturales y jerarquizadas de la sociedad.
Su visión del mundo es enteramente individualista. No le han enseñado: 1) Que el título universitario, sobre todo en un país dependiente donde las oportunidades son escasas, debe plegarse al poder institucionalizado de la clase dominante, y por esta vía, a sus intereses materiales. 2) Que esta formación mental recibida tiende a apartarla de la lucha por la liberación nacional. 3) Que únicamente la identificación con la clase productora puede hacer efectiva su aspiración personal, que depende de la industrialización del país con su resultante, el mercado profesional diversificado. 4) Qu su emancipación como clase está sujeta a la del país en su conjunto. 5) Que el enemigo de la clase media no es el movimiento obrero organizado, sino ella misma, por su falsa idea de la jerarquía social, por la incomprensión de su real ubicación en los cuadros de la sociedad dividida en clases y por su función conservadora del antiguo orden, del cual es víctima asalariada y, por ende, sin libertad ética y cultural.
El estudiante de clase media, por su posición de clase y la educación recibida, no ve con buenos ojos –hecho que interesa a la clase dominante- el ingreso del obrero a la Universidad. El estudiantado argentino, en todos los movimientos nacionales que ha conocido el país, se ha divorciado de la clase trabajadora. La clase obrera, por razones económicas, enajenado su espíritu por el trabajo, no tiene acceso a ella.
La educación en la Argentina, bajo el control directo o indirecto de la oligarquía, es un vasto sistema comunicante que penetra en la sociedad y tiende a la preservación de esa cultura de clase. A esta presión elástica y aisladora, ha sido sometida la clase media de origen inmigrante. Es necesario retener este hecho para comprender muchos aspectos de la vida política argentina y la mentalidad de los partidos de izquierda.
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