Tiempo Argentino (26/12/2010)
1) Una de las primeras lecciones en materia de conducción política que Juan Domingo Perón le ofrecía a quien quisiera escucharlo es que el primer deber de un líder es determinar quién es el enemigo. Porque recién a partir de allí se puede construir una táctica y una estrategia propia para alcanzar los objetivos. Incluso intentó explicárselo sin éxito, claro, a Fernando Pino Solanas en esa larga entrevista filmada que tuvieron en Madrid. Allí, Perón, citando a Mao, dijo: “Lo primero que el hombre ha de discernir cuando conduce es establecer, claramente, cuáles son sus amigos y cuáles sus enemigos, y dedicarse después, esto ya no lo dice Mao, lo digo yo: al amigo, todo, al enemigo ni justicia. Porque en esto no se puede tener dualidades. Todo el que lucha por la misma causa que nosotros es un compañero de lucha, piense como piense.”
Si hay algo bueno que tuvo poder escuchar las palabras que pronunció Jorge Rafael Videla fue que permitió a los argentinos volver a encontrarse con un discurso desnudo, brutal, poco sofisticado, antidemocrático y que restauró la lógica amigo-enemigo en términos ideológicos pasados de moda –el kirchnerismo también coqueteó a veces con esta lógica pero con categorías bastante más modernas y ya no en el marco de un mundo bipolar y de la Doctrina de Seguridad Nacional como en los ’70. No tuvo dudas siquiera el ahora condenado a cadena perpetua en decir la tontera de que el gobierno kirchnerista “intenta instaurar un régimen marxista”. Sin embargo, planteó un escenario interesante: para la derecha más ultramontana, el gobierno es una expresión de la izquierda. Digo que es un mapa interesante porque clarifica. Para “ellos” –si es que hay un “ellos”– el enemigo no es Pino Solanas, no es Elisa Carrió, no es el Partido Obrero, que se divierte generando caos en las vías del Roca porque sus dirigentes saben que es relativamente barato jugar al chico malo con un gobierno que decidió no usar la fuerza como método de limitar la protesta. Para “ellos” el enemigo es el kirchnerismo.
Si hay algo bueno que tuvo el lanzamiento de la campaña de Eduardo Duhalde fue que permitió a los argentinos ver a quiénes acompañaban al que fue el ex vicepresidente de Carlos Menem cuando se firmaron los indultos de los responsables de las violaciones a los derechos humanos de la última dictadura militar: la inefable Cecilia Pando, defensora de Videla, Jorge Tata Yofre, jefe de la SIDE menemista de aquellos años, o Miguel Ángel Toma, fueron algunos de los rostros de una argentina perimida que realizó un durísimo despojo contra los sectores populares y que, cuando no tuvo más remedio, reprimió brutalmente la protesta social bajo la excusa de imponer el orden.
En coincidencia con estos dos hechos, Mauricio Macri agitó el discurso del orden y la represión, complementado con la acción de algunos militantes de filiación dudosa –entre la frontera del PRO y el duhaldismo– que atizan con el objetivo de generar la sensación de caos e inseguridad que, amplificado por las editorializaciones periodísticas de las cámaras de TN y de las tapas de Clarín marcan la agenda de los argentinos. Es decir, ya no se habla de redistribución, de democratización, de desmonopolización sino de control, de orden, de seguridad. En algún punto, a ambos dirigentes les cabe la categoría de “bombero piromaníaco” que Alain Rouquié le endilgaba a Perón; es decir, aquellos que se presentan como solucionadores de problemas que ellos mismo sgeneraron previamente.
2) Las elecciones de 2011 son fundamentales por el bloque opositor que se estructura contra el gobierno. La vieja política menemista, los agoreros del orden y el garrote, los grupos económicos concentrados como Techint, entre otros, los medios de comunicación hegemónicos, están dispuestos a esmerilar el consenso popular que mantiene la actual presidenta Cristina Fernández de Kirchner. El panorama internacional tampoco es el mismo: la derrota de Barack Obama, la crisis europea –con su cuota de xenofobia y cerrazón– y el fortalecimiento del FMI como garante financiero mundial alejan el clima de primavera progresista que parecía despertar hacia mitad de la década.
Para ganar las elecciones del año próximo, el peronismo kirchnerista, posicionado en la centro-izquierda, está obligado a seducir al electorado de centro y ampliar así su base electoral. Desgraciadamente para aquellos que miran al peronismo y al movimiento obrero organizado con desconfianza, la clave para obtener la victoria es la unidad de las fuerzas progresista con estos dos grandes protagonistas políticos, económicos, institucionales y sociales. Incluso, en algunos lugares con el progresismo subordinado a tácticas centrípetas. Porque, como se sabe, no se ganan las elecciones con posturas puristas y estéticas.
Tampoco se obtiene el triunfo en 2011 dividiendo las fuerzas de acción. La lección de la elección porteña de 2007 debe servir como experiencia. Perón decía que “el que lucha contra un compañero es que se ha pasado al bando contrario. Generalmente defiende un interés, no un ideal, porque el que defiende un ideal no puede tener controversias con otro que defiende el mismo ideal… ¿Cómo es posible que un señor que está en la misma lucha esté luchando contra otro peronista, cuando tiene un enemigo contra quien naturalmente debe luchar?” El que saca los pies del plato, entonces, está apostando a una estrategia personalista o sectorial y está olvidando el objetivo principal: continuar y profundizar el actual modelo.
Ahora bien, el kirchnerismo debería también tener la generosidad de reservar para los socios menores un lugar de expectación política que le permita el juego de ser incorporado sin perder su identidad y sin hacer exageradas concesiones ideológicas que los comprometan con sus propios militantes. ¿Pero desde dónde se hace esa integración? Claramente desde el reconocimiento a la conducción del actual modelo. Porque como se sabe, conduce quien acierta en la estrategia y gana; no quien sólo tiene una fuerza testimonial y se erige como fiscal ideológico de un proceso que acompañó.
3) Los errores de los años ’70 deberían iluminar a la militancia “nacanpop”, progresista o de izquierda que simpatizan con el gobierno kirchnerista. En aquel desafortunado año ’73, la juventud intentó disputarle la conducción a Perón y, corriéndolo por izquierda, terminó acorralando a la derecha a un hombre de profundas convicciones aristotélicas. Debido a sus posiciones maximalistas, no percibió el verdadero significado de José Ber Gelbard en el Ministerio de Economía, ni el Pacto Social que garantizó la distribución del ingreso nacional en un 53% para el trabajador –la más alta en toda la historia argentina– ni tampoco el quiebre del bloqueo internacional a Cuba mediante créditos y exportaciones de maquinarias a la isla, entre otros ejemplos. Estaba más preocupada por su propio rol revolucionario que por analizar la correlación de fuerzas en el partido que se estaba jugando. Como se sabe, perdió la “juventud maravillosa”, perdió el propio Perón –incluso algunos sectores de la ortodoxia del movimiento–, y terminaron ganando, a la larga, los que querían “reorganizar” la nación conservadora. Si el pasado no sirve para revisar el presente, sólo sirve para el regodeo de bibliotecarios.
4) El año 2011 es fundamental para consolidar cierta hegemonía del movimiento nacional y popular en el país. Pero también para el destino de generaciones de argentinos que mejoraron sus vidas gracias a este modelo. Incluso también están en disputa esos millones de reserva que tiene el Banco Central y que son el ahorro colectivo y que pueden ser un buen coto de caza para los buitres nacionales e internacionales.
“Tomar el cielo por asalto”, es una bella frase de Carlos Marx, pero no parece ser la estrategia correcta para este momento histórico. No parece sensato apostar a todo o nada cuando se tiene parte del trayecto realizado. Una decisión incorrecta, como en el Juego de la Oca, puede hacer volver a un jugador al casillero de partida. Y a millones y millones de argentinos al infierno anterior que estalló en 2001.
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