"Hacer un país es hacer hombres para que, a su vez, los hombres hagan el país" (Arturo Jauretche)

miércoles, 30 de marzo de 2011

“DEL SEL” Y LA NADA

Cuando se elige votar a un personaje mediático se lo hace desde la certeza de su desconocimiento del universo político. No pretende ser éste un análisis sobre el sufragio en sí, que es un derecho individual fundamental del sistema democrático. Lo que valida una reflexión es esa identificación de algún sector del electorado con referentes del espectáculo que no tienen en su currícula mayores méritos que los que le otorga la exposición mediática y su mayor o menor talento actoral o empresarial.

El efecto identificatorio con estos personajes se profundiza en momentos históricos en que las instituciones políticas y sus representantes aparecen desprestigiados y con una credibilidad exigua en la sociedad. Gobiernos débiles, carentes de liderazgo social y económico, sumisos ante los intereses corporativos y de las finanzas internacionales, terminan instalando en parte de la sociedad la idea de la nulidad del hacer político para encontrar soluciones reales a los desafíos del país.

Lejos de ser esta transferencia de representatividad una consecuencia fortuita sobre un hecho concreto, existe toda una superestructura mediático/económica que genera, desde el constante y premeditado ataque a las instituciones del Estado y sus representantes elegidos por voluntad popular, las condiciones necesarias para que la sociedad busque referenciarse en individuos sin atributos que acrediten valoración alguna en el acontecer público.

La búsqueda partidaria de captación de figuras mediáticas es inherente a la necesidad de reemplazar cuadros políticos desprestigiados y/o producir sucesos aglutinantes efectistas carentes de profundidad ideológica. Superficialidad en sintonía con los valores que estos partidos políticos y los grupos concentrados de poder a los que representan pretenden instalar en la escena política para mantener al país en un “limbo” de constitucionalidad reducida al mínimo, que garantice un Estado débil y funcional a quienes, detrás del decorado, digitan los destinos de la Nación.

Estas “figuras” vienen también a llenar un vacío de representatividad y liderazgo. Se las utiliza como nexo de identificación mediata ante la imposibilidad de mostrarlos como individuos capacitados para las tareas a las que deberán acceder en la vida pública. Se incentiva el vínculo de afecto o simpatía por sobre la exposición de sus méritos y capacidades que lo habiliten para las funciones que hacen al bien común.

En el presente, la falta de consenso social para con estás “fórmulas exitistas” o “políticos de ocasión” promocionados por el establishment, marca el contrapunto con el fenómeno de los nuevos cuadros de la militancia que están surgiendo en el escenario político. En estas realidades tan disímiles y encontradas reside una evidencia innegable de las fuerzas en pugna que hoy atraviesan todos los estamentos de la sociedad argentina, y del porqué de la identificación mayoritaria con estos últimos que se expresa en su seno.

Alentar y acompañar el crecimiento y fortalecimiento de esta usina de dirigentes con base ideológica nacional y popular puede no deslumbrarnos con los destellos fatuos de las marquesinas mediáticas, pero cimienta el camino que el país necesita transitar para su soberanía.

Julio Capanna

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