Y es que acá, en el "interior", en la periferia de la periferia, padecemos de un complejo de inferioridad -instalado y fogoneado históricamente por la política portuaria nacional- que nos lleva a creerles religiosamente a estos popes porteños de la palabra, ningundeando o menospreciándonos en las posibilidades de ejercer nuestra libertad de información. Por eso la ley de medios es tan resistida, como toda normativa que tienda a democratizar ahí donde esta gente viene haciéndo su negocio monopólico desde los tiempos del unitario Rivadavia. Este artículo de Enrique Masllorens (*) es esclarecedor al respecto.
EL DISCRETO ENCANTO DEL PERIODISMO "INDEPENDIENTE"
Por la concentración monopólica, los periodistas ‘independientes’ son esencialmente porteños de ley, de Rivadavia para el río. Esa es la platea para la que escriben, la que los aplaude en Puerto Madero o en Palermo, Caballito norte y Recoleta.
El periodismo independiente es encantador e intocable. Su tarea está por encima de las leyes de la ciencia que implican necesariamente la posibilidad de la refutación. Si alguien osa criticarlo o marcar sus contradicciones es porque inexcusablemente está en contra de la libertad de expresión. Nunca dudan: “la duda es la jactancia de los que no son periodistas” (filósofo anónimo circa 1986). Son licenciados en Ciencias Totales, teólogos de su propia religión y con prerrogativas inaccesibles para el resto de los mortales. Por ejemplo, pueden usar cualquier adjetivo calificativo sobre la gente del común, pero queda terminantemente prohibido –por la ley de la libertad de prensa y por la Santa Iglesia Periodística (SIP)– que los reputen a ellos. Políticos, jueces, artistas, funcionarios, sindicalistas, periodistas “oficialistas” son juzgados, y a veces condenados sin pruebas ni miramientos. Como bautistas paganos están bendecidos para imponer o colonizar subjetividades, desde “el polémico” Moreno, pasando por “el sistema oficial de medios” (incluyen a todos los que no piensan como ellos), los K o los ultra K y ahora es el Cristinismo –luego de años de haber minimizado a la presidenta– o el verbo “borocotear” para los que cambian sus posiciones –salvo para Julio Cleto Cobos, Felipe Solá o Patricia Bullrich– o para ellos mismos y sus volteretas ideológicas.
¿Qué les pasó a Ernesto Tenembaum, Jorge Lanata o Susana Viau? ¿Qué verbo usarían para autodefinirse? Trabajan en medios masivos que según el ensayista y escritor británico John Berger “tienen la necesidad criminal de vender” y los califica de buhoneros, vendedores de baratijas, pero ellos se definen como independientes e impolutos. Lo hacen porque tienen la verdad y asumen su sagrada misión y por ello hacen suya la descripción del filósofo alemán Oswald Spengler (La decadencia de Occidente, 1916): “No hay domador de fieras que tenga mejor domesticada a su jauría.” Eso son, domesticadores, pero por el bien de la república y de su propia economía.
Por la concentración monopólica y por ende laboral, los periodistas “independientes” son esencialmente porteños de ley, de Rivadavia para el río. Esa es la platea para la que hablan y escriben, la que los aplaude en Puerto Madero o en Palermo, Caballito norte y Recoleta. Y si la Usina que comanda Héctor Magnetto ordena operaciones contra el gobierno o contra los jóvenes militantes, obedecen sin hesitar. Ahora tienen que proteger a las dos esperanzas blancas del poder concentrado. Por eso no le preguntarán a Macri –que parafraseando a Jauretche, es un subproducto de la alfabetización– por sus 71 vetos o al senador mendocino Ernesto Sanz sobre la actuación de su estudio de San Rafael en 2007 representando al grupo Vila-Manzano para impedir la instalación de una repetidora de la Televisión Pública. Hay que cuidarlos, adornarlos, dejarlos recitar sus libretos inconsistentes, no repreguntarles y asentir cuando no se hacen cargo de su pasado y presente y le echan la culpa de sus falencias al gobierno. O darle una mano por izquierda al megalómano Pino Solanas.
El siglo XXI parecía continuar acrecentando el prestigio inconmovible de estos modernos cruzados de la verdad objetiva. Los más audaces comenzaban a tener pantalla y micrófonos generalmente “magnettizados”. Empezaban a bailar el sueño de la módica fama en su justa medida, a pocos metros de la farándula, sin pasar los límites, con aires de “yo no fui”. Pero de repente y sin aviso, aparecen 6,7,8, Tiempo Argentino, los blogs, los grupos de Facebook y Twitter, los autoconvocados y lo más peligroso de todo: los archivos demoledores que se explican por sí mismos.
Y hablando de archivos guardo en el mío un cruce con el inefable e inmaculado hijo putativo de la diputada Carrió, el “imparcial” Luis Majul. Para muestra basta un botón. En octubre de 2007 luego del contundente triunfo electoral de CFK, Elisa Carrió hizo declaraciones elitistas y cuasi racistas sobre la composición del voto ganador. Majul publicó en su sitio web un editorial apoyando y superando los conceptos gorilas de su maestra, por lo que envié mi opinión contraria discutiendo posiciones e ideas y por extensión las de Carrió, sin calificaciones personales. Me respondió públicamente tildándome de “maniqueo, hiperkirchnerista, berreta, de vuelo bajo, que buscaba premios del gobierno”, etcétera. Además me acusó falsamente de haber recibido un subsidio de la Secretaría de Cultura. Pedí una reparación moral en el mismo espacio en el que me había maltratado. Su respuesta fue: “No queremos que nadie monopolice los espacios y consideramos tu opinión suficiente.” Y con una agresiva ironía que no sería capaz de sostener cara a cara, finalizaba con un: “Como siempre, gracias por escribir.”
De esta laya son los medios y periodistas “independientes” que día a día ocultan, tergiversan, mienten e intentan reducir nuestra autoestima para modificar lo inmodificable: hay un pueblo que marcha inexorablemente hacia la consolidación definitiva del modelo inclusivo y patriótico iniciado en mayo de 2003. A pesar de ellos. A favor nuestro. En defensa propia.
(*) Periodista y dirigente político
Info: Tiempo Argentino (04/03/2011)
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