Hace un par de días me encontré con un artesano que, entre varias anécdotas de su oficio, mencionó algunas relacionadas con la ciudad de Sumampa en Santiago del Estero. De ahí trae el hombre los cueros ya curtidos para sus labores. Me resultó extraño que, viviendo nosotros en una zona ganadera, tuviera que irse hasta aquella provincia para conseguir algo que acá yo daba por descontado que había y en abundancia. Cuando le pregunté por ello, me dice este artesano que nuestros cueros no sirven porque están “quemados”. Ante mi cara de asombro y evidente ignorancia continuó: “aquí hasta hace algunos años el ganado se metía en los montecitos que había en los campos para protegerse del sol, del frío y de la lluvia, pero como el chacarero desmontó todo para ganar algunos metros más de terreno para sembrar soja, entonces ahora los animales viven a la intemperie, sin la protección que le daban los árboles, y así el cuero se quema y no sirve”.
A ese horizonte tan parejo que nos va dejando la soja tenemos que agradecerle además de otras tantas “bondades”, la de los cueros de Sumampa.
GENIAL!!!
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