"Hacer un país es hacer hombres para que, a su vez, los hombres hagan el país" (Arturo Jauretche)

sábado, 14 de enero de 2012

ARMSTRONG en la GUERRA DEL PARAGUAY

Un dato histórico leído al pasar a veces ayuda a atar cabos que se intuye pueden tener un nudo en común. El siguiente artículo, basado en textos cotejables, alude a la figura del irlandés Thomas Armstrong, y su relación con el apoyo económico al Estado argentino para costear la Guerra de la Triple Alianza (1865/1870), más conocida como “Guerra del Paraguay”.

Curriculum vitae

Thomas Armstrong (1797-1875) fue socio de una compañía de seguros, propietario de un saladero, accionista del primer ferrocarril local (Ferrocarril del Oeste) y del Ferrocarril Buenos Aires-Ensenada, director residente del Ferrocarril Central Argentino, terrateniente en el sur de Santa Fe, principal accionista del Banco de Buenos Aires y uno de los fundadores de la Bolsa de Valores. Intervino para normalizar los pagos de la deuda Baring (1). Fue representante -ante el Gobierno de la Provincia y luego Gobierno de la Nación- de un grupo de prestamistas para el cobro de intereses y capital. Fundador también de la Sociedad de Residentes Extranjeros, predecesora del Club de Extranjeros, el más viejo club social en Sudamérica, conocido por tener entre sus miembros a los más influyentes comerciantes de Buenos Aires.

El siguiente párrafo contextualiza la situación sudamericana por aquellos años en relación a la ingerencia británica en la política y la economía de nuestros territorios:

“Entre 1876 y 1900 América fue el único lugar del planeta que muestra un retroceso en la sujeción colonial (África aumentó desde un 10,8% en 1876 a un 90,4% en 1900). No tuvimos gobernador inglés ni tropas de ocupación, pero ¿quién podría afirmar que nuestra voluntad fue libre y soberana? Gran Bretaña no siempre abrió los mercados a cañonazos; hábilmente combinó caricias y palos. Aquí los cómplices vernáculos le evitaron el gasto de la administración colonial y los soldados. La verdad fue que la succión de las riquezas del país se tradujo en un portentoso crecimiento de la renta británica.”

Sobran textos y ensayos que describen esta ingerencia en la Argentina del siglo 19. El monopolio financiero, crediticio y del comercio de las carnes y la casi exclusiva explotación de las concesiones de los ferrocarriles son parte de esta sujeción colonial que Inglaterra pudo desarrollar en connivencia con las oligarquías locales instaladas en el gobierno. Beneficiadas por el modelo agroexportador impuesto por la Organización Internacional del Trabajo, las clases dominantes organizaron al país en el papel único de suministrador de materias primas al mercado internacional, impidiéndole cualquier tipo de desarrollo industrial que pudiera competir con las manufacturas inglesas.

El origen y las consecuencias de la concesión del Ferrocarril Central Argentino -del que Thomas Armstrong fue director- nos remite a la poderosa influencia de los capitales extranjeros en la conformación de un sistema organizado casi exclusivamente para el traslado de materias primas desde los puntos de acopio hacia los puertos de ultramar:

“La construcción de ferrocarriles en las colonias y países poco desarrollados no persiguen el mismo fin que en Inglaterra; es decir, no son parte –y una parte esencial- del proceso de industrialización. Esos ferrocarriles se emprenden simplemente para abrir esas regiones como fuentes de materias primas, no para apresurar el desarrollo social por el estímulo a las industrias locales. En realidad la construcción de ferrocarriles coloniales en países subordinados es una muestra del imperialismo en su función antiprogresista, que es su esencia.” (2)

En 1862 el Congreso Nacional vota una ley autorizando al Poder Ejecutivo a acelerar un contrato: se trata de construir la línea férrea que unirá Córdoba con Rosario. El Estado acepta como verosímil el costo de 6000 libras por milla, pero el ingeniero Alan Campbell, trabajando por encargo de Urquiza (3), había llegado a un costo mucho menor. Weelwright (norteamericano ligado a la construcción del ferrocarril) considerará esta cifra –la de Campbell- como valedera. Más tarde creerá conveniente inflar los costos falsificando cifras: era la manera de aparentar una inversión mayor a la real. ¿Por qué razón? Muy sencillo: el Estado argentino garantiza a los inversores un beneficio mínimo anual del 7% sobre el capital invertido, y se compromete a “extraer de sus arcas” los fondos necesarios para llegar a ese 7%, si los beneficios originados en la explotación de los ferrocarriles fueran menores. Weelwright pretende la concesión más la cesión gratuita de enormes superficies de tierras a ambos lados de las vías. En cuanto a la caución en efectivo a que lo obliga el contrato con el gobierno –una garantía de cumplimiento- se niega terminantemente a depositarla. Rawson –ministro de la Nación por entonces- se pliega a los deseos de Weelwright. El contrato definitivo para la construcción del Central Argentino exime al empresario norteamericano de pagar impuestos durante cuarenta años por la introducción de material ferroviario. Esta franquicia alude también a otras propiedades de la compañía, incluso las tierras que el Estado le cede. Sobre este “regalo” citan los británicos: “El Central Argentino ha recibido del Gobierno Nacional 1.200.000 hectáreas de tierra en donación.” Agregando luego que: “los actuales propietarios de la tierras se llaman Thomas Armstrong (99.000 hectáreas); Casey (204.000); Mackenzie (40 leguas cuadradas); Turner, Runciman, Daly, Gordon, Kavanagh, etc, distintas superficies todas ellas considerables.

Estos datos arrojan luz sobre el lucro del capital británico y el accionar del Estado argentino como facilitador de esta política. Lo que sigue configura el núcleo del artículo, evidenciando la participación de Thomas Armstrong en el financiamiento de una guerra que llenó de oprobio a nuestro país y que acabó –deliberadamente- con una nación que se resistía –causa comprobada por la cual se origina el conflicto- al libre comercio impuesto por las potencias imperiales:

“A pocos días de estallar la guerra contra el Paraguay, el periódico La Nación menciona las ofertas de empréstitos hechas por particulares y bancos extranjeros. Ello ocurre el 22 de abril de 1865; y el mismo día agrega: “No faltaron, desde el primer momento, prestamistas que ofreciesen al gobierno las sumas que necesitaba; pero esas ofertas, atentas las circunstancias, no eran hechas en las condiciones favorables que podíamos desear”(3) Una semana más tarde, el mismo diario anuncia con alborozo la contribución de 50.000 pesos que acaba de hacer don Thomas Armstrong para gastos de guerra, y su compromiso de reiterarla en suma igual durante todos y cada uno de los años que se prolongue el conflicto. Armstrong es un gran personaje y su “contribución” para la guerra resulta harto significativa; es imposible separarla de su condición de Director residente del Ferrocarril Central Argentino.”

Thomas Hutchinson (4) agrega al respecto: “habiéndose difundido la noticia de la guerra, los comerciantes extranjeros en Buenos Aires se apresuraron, “sin que se lo hayan pedido”, a realizar amplias donaciones para satisfacer las necesidades emergentes del conflicto.” El Banco de Londres fue de los primeros en acudir en auxilio del gobierno, por supuesto cobrando el elevado interés del 18%. Concurrió en apoyo financiero del Gobierno Nacional a poco de estallar la Guerra del Paraguay uniformando su acción con la del Ferrocarril Central Argentino, que adhirió bajo la forma de una donación espectacular del director señor Thomas Armstrong.

Consecuencias

La guerra significó el aplastamiento paraguayo: con su población masculina aniquilada, más de 100.000 bajas, (sobre una población de 450.000 habitantes), su territorio mutilado y sus industrias desaparecidas, el país sufrió un inmenso colapso del que tardó décadas en recuperarse.

Los vencedores, arruinados por el altísimo costo del conflicto, quedaban en manos de los banqueros ingleses que habían financiado la aventura. Brasil, Uruguay y Argentina sufrieron una bancarrota financiera que agudizó su dependencia frente a Inglaterra.

La población masculina del interior argentino fue reclutada obligatoriamente –bajo pena de muerte en caso de negación o deserción- para incorporarse en masa a una guerra absolutamente impopular (5). Las levas diezmaron poblaciones enteras y aumentaron la pobreza y exclusión de territorios de por sí pauperizados debido a la política porteña.

Conclusión

La historia oficial, escrita por la élite política y económicamente dominante -tan propensa a elevar “enanos a la altura de gigantes”- instaló en la mentalidad colectiva un discurso único dirigido a distorsionar y transfugar hechos y personajes. Fueron la educación y la prensa sus principales herramientas de propaganda. Esa deformación histórica aparece en su verdadera dimensión al cotejarlo con los nombres “insignes” que llevan nuestras plazas, calles y pueblos. Al descorrer el velo impuesto, surge la evidencia del engaño como método de dominio y conservación del orden establecido. Centenares de pueblos y ciudades, regados a lo largo y ancho de estos territorios, perpetúan la falacia. Llegará el día –más temprano que tarde- en que estos pueblos asuman su verdadera identidad, y la sostengan con una autodeterminación hoy relegada.

(1)   Baring fue el primer empréstito –deuda externa- contraído de manera onerosa por nuestro país durante el gobierno de Bernardino Rivadavia (1826-1827).

(2)   Allen Hutt (1901/1973) periodista y activista político británico.

(3)   Justo José de Urquiza (1801/1870) gobernador de Entre Ríos, líder del Partido Federal y presidente de la Confederación Argentina entre 1854 y 1860.

(4)   Estas palabras de La Nación deben ser tomadas como verdaderas, ya que el diario refleja el pensamiento de su fundador, Bartolomé Mitre (presidente argentino 1862/1868) y conoce los entretelones de la política oficial.

(5)   Thomas Joseph Hutchinson (1802/1885) diplomático, médico y escritor de viajes anglo-irlandés.

(6)   Urquiza adhirió al llamamiento hecho por Mitre para movilizar a las provincias contra el pueblo paraguayo. Los federales entrerrianos estaban indignados, escribían contra la guerra y a favor del Paraguay. López Jordán escribió a Urquiza: “Usted nos llama para combatir al Paraguay. Nunca, general. Ese pueblo es nuestro amigo. Llámenos para pelear a porteños y brasileños. Estamos prontos. Éstos son nuestros enemigos.”

Fuentes

- León Pomer (La Guerra del Paraguay)

- Raúl Scalabrini Ortiz (Política inglesa en el Río de la Plata)

- Raúl Scalabrini Ortiz (Historia de los ferrocarriles argentinos)

- Rosario y su zona: historia y curiosidades

Julio Capanna para Armstrong Región

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