Fue la educación un arma política al servicio de la colonización pedagógica encargada de perpetuar los símbolos y prejuicios de las clases dominantes en alianza con los intereses extranacionales. La estructura académica se fraguó para cimentar la aceptación del status quo social, político y económico, organizado para contener al país dentro del modelo “agroexportador dependiente”. Cualquier intento de industrialización chocó siempre contra esa estructura conservadora y reaccionaria cuyo paradigma sigue siendo, a pesar del tiempo transcurrido, el del país “granero del mundo”, explícito tanto allá por los festejos del 1º Centenario, como en los actuales discursos nostálgicos de la Sociedad Rural al inaugurar cada año la ferial de Palermo.
La educación, en todos sus niveles –primario, secundario, terciario y universitario- fundamentó su accionar en la preservación y consolidación del paradigma oligárquico de un país/estancia para unos pocos privilegiados y unos muchos “de pata al suelo” como decía Jauretche.
La clase media argentina –de donde mayoritariamente se extrae la masa de profesionales de la pedagogía- surgió de ese universo reducido. Junto a médicos, abogados, contadores, etc, los “maestros” conforman esa clase intermedia, necesaria tanto para articular las relaciones intersociales, como para contener –prejuicios mediante- toda posibilidad de advenimiento a posiciones de poder de las clases bajas y proletarias. Basta recordar la resistencia de la clase media –y especialmente de los sectores académicos e intelectuales- al gobierno de Juan Domingo Perón (1946-1955) para empezar a comprender un fenómeno que llega hasta el presente.
Es la enseñanza pues un factor de poder fundamental para establecer las relaciones de dominio y sumisión al régimen social establecido.
De 40 años a esta parte, a una generación de pedagogos que accedieron a la enseñanza bajo la órbita y los condicionamientos sociales y económicos de la dictadura cívico/militar (1976/1983), le suceden otras que, asimiladas a una democracia endeble y condicionada por la destrucción institucional y productiva del país, perpetúan –con relativas salvedades- las prácticas pedagógicas antedichas.
Las últimas tres décadas de neoliberalismo económico impactaron en todos los niveles de una educación que exige hoy un cambio de paradigma, donde los prejuicios sociales y el corporativismo dejen paso a nuevas relaciones. Nuevos educadores, con una renovada conciencia pedagógica para interpretar la orientación actual de un país –el de todos- que sean los artífices de una verdadera educación nacional y popular.
Julio Capanna
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