Por Hernán Brienza
Después de tanta alharaca con Mario Vargas Llosa y su inauguración sin sal y desteñida de la Feria del Libro, el fenómeno literario de este año fue, en realidad, la presentación a sala reventada del Manual de Zonceras escrito por el jefe de Gabinete Aníbal Fernández. El jueves a la noche, varios centenares de personas se reunieron en la sala José Hernández y en los pasillos para escuchar las “Anibaladas” –esa mezcla de verdades brutales cruzadas con metáforas gauchipopulares– del bigote decimonónico.
Luego de su discurso, la Rural se vio invadida de pronto por un aluvión de muchachos y muchachas que, entonando la marcha peronista, como si estuvieran en una cancha de fútbol y no en un templo de la cultura, acompañaron al ministro al stand donde firmó libros durante casi tres horas. Se trata, sin duda, de un hecho novedoso. Es la primera vez en años de democracia que los integrantes de un gobierno –después de casi ocho años de un mismo proceso político– son visualizados por una buena parte de la sociedad como sus legítimos representantes, es más, diría como verdaderos ídolos populares, como rockstars, como dicen muchos. Un fenómeno extraño que debe ser leído atentamente por la oposición y dar respuestas un poco menos irrespetuosas porque no se trata de un armado de Fuerza Bruta sino que es una genuina manifestación de identificación entre líderes, militantes y gran parte del pueblo.
El libro de Aníbal Fernández remite directamente al célebre Manual de Zonceras Argentinas escrito por Arturo Jauretche en la década de 1960 y que es un buen compendio de falacias sociológicas, económicas, históricas por parte de la “inteligentzia colonialista” en un estilo que recuerda a la gauchipolítica del Padre Francisco Paula de Castañeda, entre otros. Jauretche, como se sabe, es junto a Raúl Scalabrini Ortiz y Juan José Hernández Arregui uno de los tres mosqueteros del pensamiento nacional. Más allá del merecido homenaje del jefe de Gabinete al autor del imprescindible libro El medio pelo en la sociedad argentina, la apelación a Jauretche desnuda una ausencia importante del movimiento nacional y popular en la generación, producción y transmisión de nuevas reformulaciones del pensamiento de esta tradición histórica.
En el cuadro sinóptico del pensamiento nacional encontramos los trabajos de Ricardo Rojas, Manuel Gálvez, Leopoldo Lugones como fundadores del nacionalismo radical republicano, el folklórico y el oligárquico. El peronismo procesó esas tradiciones y enunció el pensamiento nacional y popular como síntesis de una forma de interpretación de la historia y de aquel presente. Durante los años sesenta y setenta se produjo el último pliegue del nacionalismo popular que fue su condición de “revolucionario” al intercalar la luchas de clases, el gramscismo, el foquismo o los preceptos de la Cuarta Internacional en la tradición criolla.
(Digresión: Si uno lee los trabajos de los pensadores nacionales del peronismo podrá obtener una perspectiva histórica de la importancia de la batalla cultural que desde hace varias décadas lleva adelante el movimiento nacional y popular contra los análisis atravesados por la “colonización ideológica” que produce un pensamiento alienado –tilingo y malinchista–; pero, al mismo tiempo, reconocerá, por ejemplo, la condición periférica del debate con el Grupo Clarín, que no es más que el vocero en esta coyuntura histórica de los poderes concentrados en la Argentina, como lo fueron en aquellos años La Nación y La Prensa. Es decir, recurriendo a la tradición de la línea nacional del pensamiento, uno podrá descubrir cuáles son las rupturas y cuáles las continuidades de la “guerra cultural prolongada” que llevamos adelante los argentinos y se pueden reconocer los distintos actores en los diferentes nudos de sutura que tiene la historia.)
La democracia no ha discutido la Nación en términos simbólicos y políticos –o quizás en algún punto haya intentado reeditar el nacionalismo constitucionalista y liberal de la organización mitrista– y es allí donde el pensamiento nacional y popular no ha logrado hacer pie en el debate cultural hasta bien entrada la primera década de este siglo. Y eso ha constituido una falencia importante para el proyecto hegemónico del movimiento nacional y popular liderado en esta instancia por el kirchnerismo. En estos años, no han surgido intelectuales orgánicos que pudieran reelaborar, reinterpretar, reformular, sistematizar, siquiera, los preceptos de la tradición nacanpop del siglo XX. Desgraciadamente, o no, la teoría ha estado detrás de la práctica política.
La intelectualidad argentina siempre ha tenido dificultades para elaborar un pensamiento que proyecte en términos reales los destinos de la Nación. Por alguna razón –posiblemente estética y yoica– ha decidido refugiarse en la crítica más que en la planificación. Una respuesta posible puede ser que los medios de comunicación prefieren estimular la confrontación más que la construcción, pero lo cierto es que el intelectual es configurado como la “reserva moral” encerrado en la torre de cristal desde donde pontifica los errores abyectos de los políticos. A lo sumo ha sido agónico y combativo detrás de barricadas ideológicas o ha ofrecido sus servicios como técnico, pero casi nunca se ha puesto a construir y proyectar: ha relegado ese papel para los políticos.
¿Cuáles son las deudas del pensamiento nacional hoy? Reflexionar en colectivo sobre las formas que adquiere la batalla cultural, claro, y reformular los parámetros de la batalla en clave progresista y democrática. Pero, también, establecer una nueva teoría del Estado –nacional, provincial, municipal–, es decir, ¿qué significa gobernar una intendencia en clave nacanpop?; pensar sin eslóganes bien pensantes las formas posibles de integración latinoamericana; delinear la forma de capitalismo –al menos, en este momento histórico– que menos perjudica a las mayorías argentinas; cómo se inserta nuestro país es el esquema productivo continental e internacional; qué sistema de gobierno conviene a la representación y participación de las mayorías; cómo se consolidó y se profundiza la hegemonía cultural no sólo a través de los aparatos comunicacionales sino también en el mano a mano cotidiano de las relaciones interpersonales. Obviamente, es apenas un puñado de cosas a pensar, la lista es interminable, pero demuestra algunos de los desafíos que tiene por delante esta tradición. Quizás, el reto más importante de los intelectuales es el de recuperar el sentido estratégico para pensar la Nación.
Por lo demás, la visita de la SIP a la Argentina ha sido un papelón que sólo sirvió para desnudar que vino a defender los intereses de los dueños de los medios de comunicación y, en particular, los del Grupo Clarín.
Luego de su discurso, la Rural se vio invadida de pronto por un aluvión de muchachos y muchachas que, entonando la marcha peronista, como si estuvieran en una cancha de fútbol y no en un templo de la cultura, acompañaron al ministro al stand donde firmó libros durante casi tres horas. Se trata, sin duda, de un hecho novedoso. Es la primera vez en años de democracia que los integrantes de un gobierno –después de casi ocho años de un mismo proceso político– son visualizados por una buena parte de la sociedad como sus legítimos representantes, es más, diría como verdaderos ídolos populares, como rockstars, como dicen muchos. Un fenómeno extraño que debe ser leído atentamente por la oposición y dar respuestas un poco menos irrespetuosas porque no se trata de un armado de Fuerza Bruta sino que es una genuina manifestación de identificación entre líderes, militantes y gran parte del pueblo.
El libro de Aníbal Fernández remite directamente al célebre Manual de Zonceras Argentinas escrito por Arturo Jauretche en la década de 1960 y que es un buen compendio de falacias sociológicas, económicas, históricas por parte de la “inteligentzia colonialista” en un estilo que recuerda a la gauchipolítica del Padre Francisco Paula de Castañeda, entre otros. Jauretche, como se sabe, es junto a Raúl Scalabrini Ortiz y Juan José Hernández Arregui uno de los tres mosqueteros del pensamiento nacional. Más allá del merecido homenaje del jefe de Gabinete al autor del imprescindible libro El medio pelo en la sociedad argentina, la apelación a Jauretche desnuda una ausencia importante del movimiento nacional y popular en la generación, producción y transmisión de nuevas reformulaciones del pensamiento de esta tradición histórica.
En el cuadro sinóptico del pensamiento nacional encontramos los trabajos de Ricardo Rojas, Manuel Gálvez, Leopoldo Lugones como fundadores del nacionalismo radical republicano, el folklórico y el oligárquico. El peronismo procesó esas tradiciones y enunció el pensamiento nacional y popular como síntesis de una forma de interpretación de la historia y de aquel presente. Durante los años sesenta y setenta se produjo el último pliegue del nacionalismo popular que fue su condición de “revolucionario” al intercalar la luchas de clases, el gramscismo, el foquismo o los preceptos de la Cuarta Internacional en la tradición criolla.
(Digresión: Si uno lee los trabajos de los pensadores nacionales del peronismo podrá obtener una perspectiva histórica de la importancia de la batalla cultural que desde hace varias décadas lleva adelante el movimiento nacional y popular contra los análisis atravesados por la “colonización ideológica” que produce un pensamiento alienado –tilingo y malinchista–; pero, al mismo tiempo, reconocerá, por ejemplo, la condición periférica del debate con el Grupo Clarín, que no es más que el vocero en esta coyuntura histórica de los poderes concentrados en la Argentina, como lo fueron en aquellos años La Nación y La Prensa. Es decir, recurriendo a la tradición de la línea nacional del pensamiento, uno podrá descubrir cuáles son las rupturas y cuáles las continuidades de la “guerra cultural prolongada” que llevamos adelante los argentinos y se pueden reconocer los distintos actores en los diferentes nudos de sutura que tiene la historia.)
La democracia no ha discutido la Nación en términos simbólicos y políticos –o quizás en algún punto haya intentado reeditar el nacionalismo constitucionalista y liberal de la organización mitrista– y es allí donde el pensamiento nacional y popular no ha logrado hacer pie en el debate cultural hasta bien entrada la primera década de este siglo. Y eso ha constituido una falencia importante para el proyecto hegemónico del movimiento nacional y popular liderado en esta instancia por el kirchnerismo. En estos años, no han surgido intelectuales orgánicos que pudieran reelaborar, reinterpretar, reformular, sistematizar, siquiera, los preceptos de la tradición nacanpop del siglo XX. Desgraciadamente, o no, la teoría ha estado detrás de la práctica política.
La intelectualidad argentina siempre ha tenido dificultades para elaborar un pensamiento que proyecte en términos reales los destinos de la Nación. Por alguna razón –posiblemente estética y yoica– ha decidido refugiarse en la crítica más que en la planificación. Una respuesta posible puede ser que los medios de comunicación prefieren estimular la confrontación más que la construcción, pero lo cierto es que el intelectual es configurado como la “reserva moral” encerrado en la torre de cristal desde donde pontifica los errores abyectos de los políticos. A lo sumo ha sido agónico y combativo detrás de barricadas ideológicas o ha ofrecido sus servicios como técnico, pero casi nunca se ha puesto a construir y proyectar: ha relegado ese papel para los políticos.
¿Cuáles son las deudas del pensamiento nacional hoy? Reflexionar en colectivo sobre las formas que adquiere la batalla cultural, claro, y reformular los parámetros de la batalla en clave progresista y democrática. Pero, también, establecer una nueva teoría del Estado –nacional, provincial, municipal–, es decir, ¿qué significa gobernar una intendencia en clave nacanpop?; pensar sin eslóganes bien pensantes las formas posibles de integración latinoamericana; delinear la forma de capitalismo –al menos, en este momento histórico– que menos perjudica a las mayorías argentinas; cómo se inserta nuestro país es el esquema productivo continental e internacional; qué sistema de gobierno conviene a la representación y participación de las mayorías; cómo se consolidó y se profundiza la hegemonía cultural no sólo a través de los aparatos comunicacionales sino también en el mano a mano cotidiano de las relaciones interpersonales. Obviamente, es apenas un puñado de cosas a pensar, la lista es interminable, pero demuestra algunos de los desafíos que tiene por delante esta tradición. Quizás, el reto más importante de los intelectuales es el de recuperar el sentido estratégico para pensar la Nación.
Por lo demás, la visita de la SIP a la Argentina ha sido un papelón que sólo sirvió para desnudar que vino a defender los intereses de los dueños de los medios de comunicación y, en particular, los del Grupo Clarín.
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