“La servidumbre indirecta que el acreedor impone al deudor, es una forma de compulsión para dirigir la corriente de compras y ventas de los países deudores. Es también, un cimiento sólido para intervenir en el manejo de la política interior de cada país.”
“El reconocimiento de la independencia de estas insurrectas y revueltas repúblicas fue indudablemente una obra casi personal de Canning; y mucho agradecimiento deberíamos tributarle si su plan hubiera terminado allí. Pero ese no era más que el primer paso. Era nada más que su política visible. Mucho agradecimiento le deberíamos, si paralelamente no hubiera desenvuelto otra política invisible que se tejería en las antesalas y en los salones y que tendía a suplantar el agónico dominio español por el extenuador, aunque sutilísimo, dominio capitalista inglés. Esta duplicidad de la gestión de Canning constituiría una incurable tara de nacimiento de la que, salvo años fugaces y voluntariosos, no se librarían las repúblicas sudamericanas.”
“Esta parte del plan de Canning presentaba dificultades no menos graves. Estos países estaban casi despoblados, y bajo formas de materia prima, sus medios de pago eran ilimitados. Las Provincias del Río de la Plata, por ejemplo, habían cumplido su propia liberación con donaciones amigas sin recurrir al préstamo exterior: con sus rentas de aduana y con las contribuciones y empréstitos forzosos interiores de todos los habitantes nacionales y extranjeros. Por otra parte, las poblaciones locales tenían escasas necesidades y eran capaces de abastecerse a sí mismas en lo más urgente. Endeudarlas al exterior no era empresa desdeñable. Pero tampoco Canning era hombre que se dejara intimidar por las circunstancias adversas. Los préstamos se iban a imponer con los fundamentos más extravagantes.”
“El reconocimiento de la independencia del Brasil y de las aspiraciones del emperador Pedro obtuvieron el asentimiento de Inglaterra sólo cuando el nuevo estado americano accedió a responsabilizarse de la deuda de
“En 1824 se libra la batalla de Ayacucho, que ultimó los restos del imperio colonial español en América. Ese mismo año los representantes de Buenos Aires contraen en Londres el empréstito Baring por un millón de libras esterlinas.”
“La denuncia de los compromisos contraídos es daño fundamental que amaga constantemente el acreedor. Pero una cesación de pagos, bajo cualquier máscara que se disfrace, expone a un cobro compulsivo y aún a una intervención armada y es, por lo tanto, responsabilidad que sólo puede ser asumida por una potencia equipada para resistir la agresión. Impedir la formación de naciones poderosas fue la primera línea de conducta inglesa. Los antiguos virreinatos, que debieron ser la base espontánea de los nuevos estados, fueron inteligentemente seccionados. Se conformaron naciones mineras y naciones agropecuarias, pero no unidades orgánicas que pudieran enfrentar a corto plazo al poseedor de la llave capitalista. En esta política disgregadora, Inglaterra aparecía fiel a sus principios de auto determinación de los pueblos. Simuladamente generosa, apoyó a los débiles contra los fuertes y fomentó así las escisiones y desmembramientos que dieron por resultado extraer del dominio de una sola potencia los puntos económicos y militarmente estratégicos del continente. Esa política inglesa costó a la República Argentina la separación de tres hermanos: Uruguay, Paraguay y Bolivia. En sus años iniciales, América del Sur corrió peligro de parcelarse hasta lo inacabable en pequeñas repúblicas rivales. En este punto, la tendencia fraccionadora de Inglaterra tuvo un adversario decidido en la unidad topográfica y en la magnitud de las cuencas.”
“La denuncia de los compromisos contraídos es actitud en que sólo podrían incurrir los dirigentes de una nación que adoptaran una ética distinta de la que requiere la hegemonía capitalista para subsistir. Mientras los gobernantes creen que los compromisos anteriores son sagrados; por onerosas que sean las condiciones establecidas; mientras los gobernantes crean que el cumplimiento de los pagos es de grado tan irrevocable que a ellos debe sacrificarse hasta la salud nacional; mientras apliquen a los altos intereses nacionales un criterio estricto de pequeño comerciante, no hay temor de que los compromisos sean denunciados. Para ello es indispensable que los gobernantes tengan su asiento permanente en el radio de influencia en que actúan los traficantes ingleses. Por eso dentro de cada nación, Inglaterra fue centralista. En la Argentina, Gran Bretaña apoyó enérgicamente al puerto de Buenos Aires. Le dio armas, le abrió créditos. A pesar de ser tanto o más rica en conjunto que la provincia de Buenos Aires, la Confederación cayó ahogada por la sofocación comercial y financiera con que Inglaterra la estrechó. Cuanto esfuerzo se irguió a favor del interior fue ahogado sin misericordia y estigmatizado con el sello de barbarie. Buenos Aires asumió la representación excluyente de la cultura, no porque fuera más culta en realidad, sino porque la cultura significó, ante todo, comulgar enteramente con la moral y las miras de los comerciantes ingleses portuarios. El brindis que en celebración del natalicio de Jorge IV pronunció Rivadavia en 1823 es la fórmula juramental que, callada o francamente, adoptaron todos los aspirantes al poder legítimamente constituido. Rivadavia brindó por el gobierno más hábil, el inglés: por la nación más moral e ilustrada, Inglaterra: y porque el interés comercial y agrícola de la Gran Bretaña se extienda y consolide en América del Sur.”
“La centralización de la cultura, consecuencia directa de la centralización del mando, le costó a la Argentina la extinción de antiguos y genuinos centros de ilustración, el apagamiento de una verdadera inquietud intelectual; la adopción ingenua o torpe de todas las doctrinas convenientes a los explotadores extranjeros; la extenuación mental y política del cuerpo nacional, el alejamiento de la inteligencia local del examen sin prejuicios de los problemas locales, y la fundación de una oligarquía político financiera al servicio directo o indirecto de las conveniencias inglesas. Con la protección inglesa se constituyó en el puerto de Buenos Aires una aristocracia de administradores, que manejó al país sin contralor y sin más norma que la decisión de los embajadores y de los comerciantes ingleses. El pequeño comerciante portuario se hizo agiotista y especulador. La plutocracia se hizo oligarquía”
“La disgregación internacional del continente y la centralización unificada del poder nacional, son las conductas políticas inmediatas que exigía la política del préstamo para asegurar su existencia. Pero para ser instrumento de dominación, para ser la piedra fundamental de la construcción capitalista, el préstamo requería el desarrollo de una política económica que convergiera a su finalidad. Un simple préstamo, por cuantioso que sea, no basta para encadenar eternamente, si el préstamo es un hecho aislado e invariable. La capacidad económica de una nación cambia y sus medios de pago se multiplican con el trabajo de sus habitantes. El servicio anual del primer empréstito argentino era de $ f 350.000, suma agobiadora y suficiente para desequilibrar el enjuto presupuesto local de esos años, cuyas rentas netas superaba penosamente el millón de pesos fuertes; pero era presumible que podría ser cubierta con holgura, cuando el libre cambio surtiera los efectos benéficos que todos vaticinaban y al que esta república se había adherido tan decididamente que le sacrificó sin remordimientos todas sus industrias manufactureras del interior.”
“Para que el préstamo rinda al acreedor no solo el interés, sino una influencia práctica como arma o como instrumento, es indispensable que la cuantía del préstamo corra paralelamente a las rentas fiscales. Con pretextos no menos curiosos que los de los primeros empréstitos exteriores, la diplomacia invisible de Inglaterra mantuvo siempre una correlación constante entre la capacidad fiscal y las obligaciones anuales. Cuando las rentas del gobierno central suben a 18 millones en 1872, el servicio de la deuda es de 6 millones. Cuando las rentas alcanzan los 38 millones en 1889, el servicio de la deuda es de 12 millones. Cuando remontan hasta los setecientos millones de pesos papel, los giros al exterior por servicios de empréstitos suman casi 200 millones.
"Hay adelantos de dinero que son indispensables y que ahorran tiempo y trabajo en proporción mayor que la obligación que se contrae. Un agricultor, por ejemplo, saca ventajas de un crédito para adquirir semilla. ¿Los empréstitos sucesivos fueron en realidad la indispensable semilla de la riqueza argentina? No. Los empréstitos argentinos contraídos en el extranjero tuvieron directa o indirectamente un fin orgiástico y fueron en su mayoría ficciones."
"Desde
"En 1857 la política del endeudamiento se reinicia briosamente con los más variados motivos. A veces el pretexto es pagar intereses atrasados, a veces exteriorizar una indemnización que se regaló a los residentes extranjeros perjudicados por las guerras y revoluciones, otras construir un ferrocarril que se cederá, luego a los ingleses sin amortizar el empréstito que le dio origen. A veces el pretexto es construir obras de salubridad que no se construyen con esos fondos sino con otros, o garantizar emisiones de los bancos nacionales, o convertir empréstitos internos en externos de título menor; o pagar intereses de los empréstitos anteriores o rescindir las garantías estaduales dadas a los ferrocarriles particulares ingleses o cancelar deudas bancarias, o liquidar fondos particulares bloqueados. Hubo años en que los empréstitos se contrajeron antes de saber con exactitud en qué gastarlos, porque ni la administración pública, entonces menos dispendiosa, podía insumirlos."
"Directa o indirectamente los empréstitos exteriores sucesivos se utilizaron en realidad en saldar los déficits fiscales, porque directa o indirectamente el hedonismo y el ocio de la oligarquía corrieron por cuenta del Estado."
"Con excepción de algunos años, todos los gobiernos gastaron más de lo que percibían. Esos déficits acumulados se pagan con empréstitos o con los recursos logrados en la venta a los ingleses de las pocas obras útiles hechas con parte de los empréstitos anteriores. Este disparatado ritmo fiscal es explicable únicamente como sugestión de los que hicieron del préstamo un instrumento primordial de dominación, porque ninguno de estos gastos fiscales fue imprescindible y porque la simple imitación de las naciones europeas organizadas hubiera procurado una disciplina fiscal distinta. La misma administración inglesa era un modelo notable y asequible para aquellos gobernantes. Pero la política de penetración capitalista inglesa obligaba a que estos países hicieran justamente lo contrario.”
“El camino ha sido y es la obra pública de mayor urgencia, aquella cuya realización hubiera podido justificar un endeudamiento. En la Memoria del Ministerio del Interior del año 1853, el ministro Rawson expresaba estos conceptos básicos: “Puede decirse sin exageración que en la Argentina no hay caminos, si no se da ese nombre a las huellas profundas y sinuosas formadas, no por el arte, sino por el ir y venir de las gentes a través de la llanura, por en medio de los bosques o por las cumbres de las colinas y montañas. En esa inmensa extensión de territorio se encuentran catorce o dieciséis ciudades separadas unas de otras por centenares de leguas, sin que jamás la mano del hombre se haya empleado en preparar las vías que deben servir a la comunicación entre esas poblaciones. Y si la civilización, la riqueza y la fraternidad de los pueblos está en razón directa de la facilidad y rapidez con que se comunican, mucho debe ser el atraso, la pobreza y la mutua indiferencia de las provincias argentinas separadas entre sí por largas distancias y por obstáculos materiales que apenas se han logrado superar”
"El promedio de lo invertido en la construcción de caminos en los sesenta años que median entre 1858 y 1823, es apenas de cuatro décimos del uno por ciento de los gastos totales. Es decir que por cada cien pesos, se dedicaron a caminos sólo cuarenta centavos. En 1923, como en 1858, los caminos argentinos eran huellas profundas y sinuosas, no trazadas por el arte, salvo cuando convergen a la estación de un ferrocarril inglés.”
Párrafos extraídos del capítulo “Líneas generales de la conducta diplomática británica”
La política visible y la política invisible