"Hacer un país es hacer hombres para que, a su vez, los hombres hagan el país" (Arturo Jauretche)

viernes, 30 de marzo de 2012

Piñeiro Iñíguez / PERÓN: La construcción de un ideario

EL PERONISMO COMO ENCRUCIJADA FINAL DEL NACIONALISMO ARGENTINO

   Una correlación elemental podría establecerse en estos términos: Perón es impensable sin la Revolución de Junio de 1943, de la que dos años después emerge como líder. Sin embargo, el contexto ideológico nacionalista del proceso que llevó a dicha instancia, ha sido poco discutido: “antes de examinar la significación del gobierno militar resulta esclarecedor hacer un balance histórico del nacionalismo que lo inspiró” dirá Jorge Abelardo Ramos como quien se refiere a algo obvio. Pero rastrear los orígenes nacionalistas de las ideas de Perón encierra varias complejidades, pues, si se quiere rotular al pensamiento peronista, seguramente la mejor fórmula sea la del nacionalismo popular.

   Ciertamente –y tal vez en especial en Argentina-, el término ”nacionalismo” ha sido empleado en demasía, denotando movimientos políticos y actores sociales que muchas veces habrían sido mejor contenidos bajo la etiqueta de “derecha”. También, por algún motivo sólo en apariencia esotérico, cualquier asonada o golpe militar producido en el país –propiamente a partir de 1930- se ha autocalificado o ha sido calificado por la ligera prensa como nacionalista, no importa cuán liberal fuese su programa. Finalmente, enunciemos que este uso abusivo del término ha ido acompañado por una ideologización mundial –fruto de los resultados de la Segunda Guerra- según la cual todo nacionalismo, de cualquier latitud y circunstancia, resultaba ser encarnación del nacionalismo totalitario de diversos países europeos (los más demonizados, Alemania e Italia).

   No se ha concedido, pues, el derecho a la diferencia a procesos sociopolíticos como, entre otros, los de los nacionalismos populares latinoamericanos: la elemental distinción entre procesos radicalmente diversos fue ocluida, y un nacionalismo defensivo, propio de naciones jóvenes, en construcción, ha sido superficialmente equiparado al nacionalismo agresivo, expansivo, de antiguas naciones que, en cuanto tales, habían alcanzado un estado indiscutible de madurez. Con más razón, se ha insistido, sí, en que en este tema no hay muchas dudas acerca de qué es primero, si el huevo o la gallina, es decir, si el nacionalismo o la nación. Contra lo que indicaría el sentido común, quienes mejor han estudiado el tema –Gellner, Hobsbawn, por ejemplo- coinciden en destacar que el nacionalismo es anterior: son grupos humanos que idean, imaginan la nación, y no la presencia de esta nación la que genera en determinados sectores el afán de defenderla, fortalecerla, hacerla grande o hacerla feliz, según sean los presupuestos ontológicos que los guían. Esta última actitud configuraría el patriotismo, algo que en cuanto sentimiento es cercano al nacionalismo, pero carece de su racionalidad constructiva, de su vocación programática.

   Observemos adicionalmente que las naciones europeas –modelos universalizados- se configuraron como Estado-nación hacia finales del siglo 18, cuando ya llevaban siglos –desde le comienzo de los tiempos, podría exagerarse- siendo naciones en el sentido de ser pueblos diferenciados, si bien no políticamente, sí desde el punto de vista de ciertas variables culturales (a veces el idioma, a veces la religión). Por ese entonces, nuestros países americanos eran colonias ibéricas y apenas si consideraban soñar con su independencia. Consignemos que, aun cuando se soñaran autónomos, nuestros nacionalistas de entonces nunca pensaron en que, a la vuelta de alguna década –ya en el siglo 19-, las colonias americanas de España y Portugal se habrían escindido en veinte republiquetas inviables, cuya condición de existencia fue la de establecer vínculos semicoloniales con Gran Bretaña. La cuestión nacional quedó inconclusa, pendiente para el siglo 20, y no es seguro tampoco que en esa centuria ya pasada se haya resuelto. Pero es a ese proceso al que aquí nos referiremos, partiendo de una convicción: los que llevaron más lejos esa programática de la nación fueron los nacionalistas populares y, muy destacadamente entre ellos, el peronismo.

   El análisis no debe centrarse en los hechos institucionales sino en los procesos sociales vivos, que a veces desmienten la conformación y entidad de naciones concebidas con la mayor pompa. Esto puede resultar más claro si se estudia el caso argentino, donde a partir de 1870/1880 se observa el fuerte proceso de modernización y organización institucional de un Estado central que cubre todo el territorio. Incluso se complementa su escaso contingente poblacional con la llegada de millones de inmigrantes europeos. Sin embargo, el país sigue sin ser propiamente una nación, y esto fue percibido en forma oscura –con mayor o menor conciencia-, pero siempre dramáticamente, por los nacionalistas argentinos, desde aquellos francotiradores como Manuel Ugarte, a quienes puede asignárseles un papel precursor –y que emergieron con sus libros candentes hacia 1910, cuando se celebraba el Centenario de la Patria, que no el de la Nación- hasta las últimas camadas importantes de intelectuales nacionalistas, actores públicos ya a partir de 1940. Incluso cuando la mayoría de ellos, entregados a la revisión de la historia, creen estar exaltando cierto pasado –la época de Rosas, prototípicamente- como si se tratara, precisamente, de una encar-nación olvidada, lo que hacen es elaborar una versión nostálgica, decadente, de algo que no fue: añoran lo que nunca ocurrió.

   Para el espectador que asiste a sus aventuras intelectuales, la nación con la que sueñan (así sea retrospectivamente) los nacionalistas argentinos no podría ser otra que aquella que consiste en la recuperación de un máximo de decisión nacional para el Estado, bajo la forma del control sobre los servicios financieros y el comercio exterior, la estatización de los servicios públicos y la creación de empresas estatales en sectores extractivos e industriales considerados estratégicos. Es decir: la nación peronista. Sin embargo, salvo contadas excepciones, los nacionalistas tradicionales rechazan su viejo sueño cuando viene envuelto en aires plebeyos que les resultan intolerables; la justicia social, que ellos mismos han predicado en abstracto, pone las bases para una sociedad de iguales que olvida la importancia de las jerarquías, del orden preexistente. Los nacionalistas se evidencian como lo que son: hijos de conservadores y, puestos a elegir sin terceras alternativas, conservadores ellos mismos. Es notable cómo su discurso, ante relaciones económicas que se transforman –al estilo nacionalista popular, vale decir, sin el fervor expropiatorio de los marxistas- se retrotraen hacia el liberalismo que solían condenar.

   Esta índole de procederes no es una originalidad argentina: siempre ha habido mucho “padre” que se asusta ante la realidad del “hijo” y opta por no reconocerlo, o reconocer sólo los rasgos que, de acuerdo a la convención, le parecen aceptables. Esto se redobla en un proceso como el argentino de los años alrededor de 1950, porque el peronismo no sólo está fundando o refundando la nación argentina sino que está dándole ingreso al país en una forma de modernidad democrática distinta: es una sociedad diferente, en la que las aristocracias soñadas por los nacionalistas no pueden concurrir a la cita porque las masas les cierran el camino.

Piñeiro Iñiguez, Carlos
Perón - La construcción de un ideario
Siglo XXI Editora Iberoamericana (2010)

miércoles, 28 de marzo de 2012

LOS PIBES NO LEEN

“Nadie puede renunciar a su derecho de crear, imaginar y proyectar su propia vida: la frustración, el desarraigo, la pérdida de objetivos y el olvido de los sueños que padecen muchos jóvenes en nuestras sociedades no tienen otro origen que la ruptura de los vínculos con nuestras realidades: sociedades oprimidas, empobrecidas, construidas sobre la desigualdad, la exclusión y la desmemoria, aunque dotadas de la voluntad y la esperanza de remontar su condición de sometimiento” (Ernesto Martinchuk/Periodista. Docente Escuela de Periodismo Círculo de Prensa)

¿Qué aprendemos en un mundo donde el conocimiento enciclopédico –libresco en la jerga popular- desaparece frente al impacto del soporte audiovisual de una tecnología que, sin las herramientas adecuadas de control de contenidos de calidad, masifica conceptos que irradian desde los centros del poder económico, encargados de difundir un relato acorde con los intereses financieros del complejo tecnológico/industrial a escala global?

En el llano se evidencia la dificultad que expresan las nuevas generaciones para aprehender conceptos derivados de la lectura. El universo de conocimiento acumulado en este formato -que influyó durante siglos en la cultura humana- cae hoy en desuso ante el despliegue de los nuevos soportes tecnológicos. La era virtual/digital, en su inmediatez, juega en contra de la obligada temporalidad inherente al aprendizaje derivado del libro. A la condicionada lectura del texto educativo en el transcurrir del alumno por el ámbito escolar, se encadena la exigua relación del mismo –a posteriori-  con el universo cognoscitivo que encierra la lectura.

¿Es casual este fenómeno? Aunque múltiples y variadas, las consideraciones al respecto no pueden separarse de una etapa actual del sistema capitalista, marcada por el neoliberalismo, la transnacionalización económica y la incidencia de los soportes mediáticos globales en la “producción de contenidos”.

Los siguientes son fragmentos extraídos del libro “La Batalla de la Comunicación” de Luis Lazzaro, Editorial Colihue, editado en 2011. El texto forma parte de la bibliografía de la Biblioteca Popular Sarmiento de esta ciudad.

“La globalización puede ser vista como un conjunto de estrategias para realizar la hegemonía de macroempresas industriales, corporaciones financieras y del cine, la televisión, la música y la informática, para apropiarse de los recursos naturales y culturales, del trabajo, el ocio y el dinero de los países pobres, subordinándolos a la explotación concentrada con que esos actores reordenaron el mundo en la segunda mitad del siglo 20”

“Los poderes exteriores han dejado de ser exteriores, son tan interiores como los locales. Condicionan o determinan las decisiones del Estado y su campo no se limita a las finanzas o el comercio. Abarcan crecientemente las cuestiones políticas, de seguridad y organización interior, de los sistemas de seguridad sociales, educativos y de salud.”

“La hiperinflación informativa, el exceso de la oferta audiovisual, además de desinformar al público favorece su banalización y estimula la estrategia empresarial del grito sensacionalista para hacerse oír en este frondoso mercado. El exceso de información conduce a la degradación entrópica de las ideas, es decir, a la desinformación cualitativa, pues las ideas se simplifican y se convierten en eslogans, píldoras y clichés. Pero además de conducir a la desinformación de la audiencia, la sobreoferta puede desembocar en lo que alguien denominó “gran variedad de lo mismo”. Es decir, en una falsa diversidad.”

“El dispositivo audiovisual, en este tiempo, pasó a ocupar el lugar del espacio público central por donde transcurre la vida social y política de las naciones. Se convirtió en el ámbito de procesamiento del sentido de la historia. Las agendas y tareas de la época. Las guerras que se han de libra o se libraron. Los guiones de esas batallas. Las narraciones, con sus embustes, atajos y simplificaciones. El mostrador donde se expende la mercadería es a la vez la factoría editorial. El dispositivo mundializa sus terminales pero mantiene sus centros de producción. Para la periferia, la desterritorialización cultural y social supone poner en debate la existencia de la propia Nación como primera afirmación de la mundialidad.”

“Desde el punto de vista cualitativo, la tecnología y los formatos han resignificado la producción periodística y cultural. Los flujos de circulación de contenidos a través del cine, la TV e Internet han cambiado la percepción de la identidad local, nacional y regional. Los medios han pasado a convertirse en subsidiarios de grandes factorías que en muchos casos no se dedican ni siquiera al negocio de las comunicaciones sino a la especulación financiera o bursátil. No pocas veces los propietarios finales de poderosos multimedios que impactan diariamente con sus mensajes en la vida cotidiana de las personas son anónimos accionistas de ignotas empresas radicadas en paraísos fiscales o fondos comunes de inversión con el único propósito de buscar –antes que la verdad, la rentabilidad.”

“El mercado audiovisual ha intentado hacer creer a las audiencias que ellas tienen el poder de selección sobre la oferta impuesta. Sin embargo, el principio de la diversidad cultural no surge de la capacidad de elegir lo que el mercado ya instaló y colonizó en términos de consumo, sino de las políticas anteriores que establezcan posibilidades de producción diversa y de audiencia crítica. Y estas son decisiones políticas.”

“Durante el proceso de globalización –o de expansión transnacional de las multinacionales de las finanzas, las telecomunicaciones y el audiovisual- se pudieron advertir con claridad las diferencias entre la promoción y el proteccionismo de los países centrales –EE.UU, Europa y Japón- frente a la subordinación de los países latinoamericanos”.

“La lógica cuantitativa de la globalización tiene además un efecto de homogeneización ideológica en la que los ciudadanos se convierten en clientes –muchas veces cautivos- de un mismo sentido y una misma estética. Convertida en ideología, la globalización aparece como la unificación de los mercados y la reducción de la política y la cultura a la lógica mercantil.”

Para finalizar cierro con otra frase de Martinchuk: “Hoy no basta saber y demostrar cómo los medios masivos del capitalismo encubren y mienten sobre el mundo en que vivimos, sino que es necesario abordar la relación que establecen con lo emocional y lo cultural, provocando odio y sumisión. Sudamérica debe pensar en esto, porque tiene que ver con la educación y con la comunicación como instrumento de la integración.”

Julio Capanna para Armstrong/región

sábado, 24 de marzo de 2012

Carlos Piñeiro Iñíguez / PERÓN - La Construcción de un Ideario

PERÓN COMO PARTE DEL FENÓMENO DE LOS “INTELECTUALES MILITARES”

   Más que como oficial de Estado Mayor u oficial de inteligencia, acaso corresponda caracterizar a Perón ya desde sus primeros años como oficial dentro del segmento de los “intelectuales militares”, categoría tan poco reconocida y de tan escaso lugar en las historias del pensamiento argentino que parece necesario introducirla entre comillas con el fin de evitar escandalizados rechazos entre ciertas cofradías de corto alcance reflexivo. Perón es parte natural de esta categoría de intelectuales militares gracias a su obra escrita antes de llegar al poder; bastaría para integrarlo a esa nómina la sola mención a sus "Apuntes de Historia Militar", pero es bueno recordar que en la década de 1930 fueron más de diez sus aportes escritos a la historia y teoría bélica. Más importante aún tal vez sea destacar que su obra proviene del mismo magma que la de sus colegas de categoría, y que así se haga mención expresa a ello o no en el texto siguiente, es un hecho que Perón había leído a los autores que aquí se presentan.

   El coronel MANUEL OLASCOAGA (1835-1911) se dedicó a los estudios topográficos y de índole geopolítica, estudios sobre el interior profundo –“este Olascoaga no sabe hablar sino del Neuquén, del Chaco y de la Puna”, lo criticaban los sabihondos porteños”-, los ferrocarriles y su dimensión estratégica, la población fronteriza –“no vale hoy una línea de batalla que vale una línea de pueblos”-, los canales y caminos, los recursos naturales. Fundó la ciudad de Chos Malal, que fue la primera capital del Territorio Nacional de Neuquén, y también la capital actual, Neuquén. Diseñó y construyó los canales de riego que abastecieron esa ciudad. Escribió una crónica de “campaña al desierto”, publicada junto a un estudio topográfico de la provincia de La Pampa y la de Río Negro, premiada en la exposición de Venecia de 1881.

   El marino LAURO LAGOS (1875-1946), quien sería primer presidente del Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas, no sólo tomó partido por Yrigoyen sino que –algo muy excepcional dentro de las filas militares- también lo hizo por los obreros en huelga en 1919: “no es lo mismo hablar de estas cosas con el estómago lleno que con el estómago vacío”, explicaba a sus camaradas al reclamar “la dignificación racional del trabajador y del hombre del pueblo”. Se opuso férreamente a la creación de una marina mercante panamericana, en la convicción de que sería dominada por los Estados Unidos: “quien nos ha venido a ofrecer hoy su ayuda en nombre de la solidaridad panamericana, no es otro que ese despótico oro americano, el mismo de los trusts, de los sindicatos y de los monstruosos monopolios, que está habituado a imponer imperativamente su ley hasta a la misma soberanía política de sus connacionales”.

   Daniel Campione sostiene que los “militares técnicos” encuentran sus raíces en el papel de “empresariado estatal” en que se habían desempeñado algunos oficiales de las FF.AA desde la década de 1920. Habrían venido a sustituir a una burguesía nacional inexistente, motivados por la necesidad de concretar potencialmente la idea de “la Nación en armas”, algo imposible sin petróleo, sin siderurgia y sin transportes.

   Es bien conocido el papel del general ENRIQUE MOSCONI (1877-1940) como promotor de la aviación y de la creación de YPF, así como de una política de autonomía nacional petrolera. Menos se sabe de sus intentos de crear una "Alianza Continental" energética. En 1928, rechazando la supuesta necesidad de aliarse alternativamente a la Royal Dutch o a la Standard Oil, sostenía que en su percepción era “más inteligente renunciar a ambas, y concentrando nuestra voluntad y nuestra capacidad en este problema especial, de características únicas, resolverlo por nuestras propias fuerzas, haciendo con ello un gran bien que las generaciones futuras agradecerán”. En un artículo de 1927 titulado “El petróleo y la economía latinoamericana”, sostiene; “los países de Latinoamérica que, como el nuestro, explotan petróleo y no poseen yacimientos carboníferos…comercialmente explotables, deben preservar las fuentes de combustible líquido de toda influencia que no sea eminentemente nacionalista; el combustible constituye la plataforma sobre la que se levantará su futura organización industrial”. En otra oportunidad sería más tajante: “donde se instala la Standard Oil norteamericana se convierte no ya en un Estado dentro del Estado sino en un Estado sobre el Estado”.
   Mosconi se había formado largamente en Europa, era de familia de ingenieros y él mismo se graduó como ingeniero civil en la Universidad de La Plata. Yrigoyenista, fue uno de los pocos leales al gobierno en 1930 –cuando se dio “el golpe de Estado con olor a petróleo”-, lo que le valió ser perseguido y marginado de la conducción de YPF, incluso es detenido el 6 de diciembre de 1930 bajo la acusación de comunista y de querer llevar adelante un contragolpe. Luego tomaría contacto con los jóvenes radicales del grupo FORJA, aquellos que harían de histórico nexo entre yrigoyenismo y peronismo. En Colombia, en 1928, había sostenido que “así como la emancipación política del continente se selló con las dos corrientes libertadoras de Bolívar y San Martín, realicemos nuestra independencia económica por la conjunción de nuestros ideales y de nuestros estandartes y hagamos posible a Latinoamérica el cumplimiento de la misión que tiene asignada en la historia de la humanidad”. Palabra más, palabra menos, Perón repetiría los mismos conceptos veinte años después, cuando en Tucumán decretó la Independencia Económica Nacional.

   Al general MANUEL SAVIO (1892-1948) se lo relaciona vagamente con nuestras primeras acerías, pero se suelen desconocer sus artículos en la Revista Militar donde demuestra la importancia de contar con una siderurgia y metalurgia propias, a las que asignaba la condición de nuevas formas de soberanía nacional. En 1933 dirá que “el desprecio de la técnica, como elemento que procura la capacidad y eficiencia material, puede ser nefasto en un cuadro de oficiales que, al menoscabarla, comente el gran error de dejar de lado una parte importante de las fuerzas que pueden aportar al país, renunciando de antemano a utilizarlas”.
   En una conferencia dictada en la UIA en 1942, Savio dirá que “está en la conciencia nacional que la actual conflagración ha destacado nuevamente la necesidad de armonizar mejor el aprovechamiento de todas nuestras fuentes de riqueza y de equilibrar más la economía general con un desarrollo efectivo de las actividades industriales, con una utilización cada vez más intensa de materias primas del país…¿quién puede sostener que en lugar de elaborar el zinc que necesitamos tomando el mineral argentino, conviene más extraer el mineral, hacerlo recorrer grandes trayectos, refinarlo, como se ha hecho en Amberes, y volverlo a traer al país luego de pasar por varios intermediarios?”. En otra oportunidad decía: “hagamos la propia experiencia. Ensayamos algunos años y esperemos los resultados de nuestra industria siderúrgica, de la nuestra de verdad, no la de otros países, de distintas épocas y diferentes condiciones. Aguardemos a producir la mayor cantidad y a elaborar con más experiencia para obtener costos menores y para poder deducir conclusiones fehacientes”.
   En 1941 Savio fue designado primer director de Fabricaciones Militares, y en 1942 es el impulsor de nuestra primera acería, la de los altos hornos de Zapla. Su actitud industrialista tenía antecedentes y se insertaba en toda una tradición; directamente influyó sobre él quien fuera por un tiempo su jefe, el ingeniero civil y militar general Baldrich.
   Lo que es digno de considerar –y admirar- es el hecho de que, pese a que en una foto de 1944 se ve a Perón y a Savio departiendo sonrientes, este último era conocido por su poca simpatía por el GOU primero y por Perón después, siendo incluso firmante de un reclamo de elecciones que, en su momento, fue leído como dirigido contra Perón. Además, en una de sus pocas definiciones políticas, en los días de octubre de 1945 se alineó con el general Ávalos (y contra Perón, naturalmente). Sin embargo, una vez en el poder, Perón autorizó su ascenso a general de división, y apoyó enfáticamente su Plan Siderúrgico pese a las opiniones en contrario de sus propios ministros, incluso de las del “mago de las finanzas” Miguel Miranda.

   ALONSO BALDRICH (1870-1956), también yrigoyenista, participó con Mosconi de la Alianza Continental para la defensa del petróleo. Pronunció en 1934 una conferencia sobre “El Problema del petróleo y la guerra del Chaco”, donde denunciaba la injerencia –en uno y otro bando- de las grandes compañías petroleras mundiales. En 1927 había sostenido que “ni con divagadores metafísicos, ni con loadores del capital imperialista, ni con los indiferentes que silencian iniquidades y transgresiones en vez de combatirlas, ni con aquellos de patriotismo meramente literario, a retribución y prebendas de un oro sin patria, no realizan sus problemas sociales, políticos y económicos los pueblos. Poco vale un discurso empenechado y didáctico en un ministro del ramo si no es seguido de la fundación de diez escuelas, en las que se continúe enseñando a no renegar del suelo en que se nace, ni a tratar de perturbarlo a su pueblo con exóticos transplantes, ya que por eternas admoniciones de Mariano Moreno “ningún argentino ni ebrio ni dormido debe tener inspiraciones contrarias a la libertad de su patria” y porque es preferible una libertad peligrosa a una servidumbre tranquila. Una oración académica y pomposa se traduce en burbujas cuando el funcionario de gobierno que la pronuncia no la ratifica con un ferrocarril, camino o canal por donde la civilización lleve su acción vivificante, o con un dique para que no se perezca de sed en Santiago o La Rioja”.

   El brigadier JUAN IGNACIO SAN MARTÍN (1904-1966) es otro de los grandes nombres asociados con el desarrollo de la aeronáutica argentina; en su caso, también puede considerárselo como precursor de la industria motociclística y automotriz. En 1944 es nombrado director de la Fábrica Militar de Aviones. Comienza entonces el desarrollo de aviones con componentes nacionales –hélices, instrumentos, equipos, el motor llamado “El Gaucho”- que sirvieron para el entrenamiento de los aviadores militares argentinos en aviones que son puestos en servicio durante 1945. Con el apoyo de técnicos alemanes se desarrolla el avión de combate “Calquín”, el motor “El Indio”, planeadores, y los excelentes aviones de combate Pulqui y Pulqui II.
   Incorporada la producción aeronáutica a las metas del Plan Quinquenal, pronto comenzaron a sentirse los frutos de esa inversión: ya en 1946 vuela el “Calquín”, un avión de ataque y bombardero liviano. Nuevos institutos se suman a la usina de creatividad: la Escuela de Ingeniería Aeronáutica, la Escuela de Aprendices, el Instituto Aeronáutico –que diseña “El Chingolo” y “El Colibrí”- y la Fábrica de Paracaídas. Se logra producir el reactor “Pulqui II” EN 1950. Ese mismo año se firma un contrato para la producción de 150 aviones “El Boyero” destinados a la práctica en aeroclubes. En 1952 se desarrolla el avión pentaturbina “Cóndor II”. En el año siguiente, 1953, se concluye la construcción del túnel de viento supersónico.
   Un elemento notable es la complementación productiva que propicia San Martín con pequeñas fábricas y talleres privados para la fabricación de piezas, e incluso lleva adelante la capacitación de esos técnicos del sector privado con el aporte del Instituto Aeronáutico; el desarrollo industrial, el perfil industrial de Córdoba deben mucho a estas iniciativas. Comienzan a surgir instalaciones que se van haciendo cada vez más sofisticadas, incluyendo túneles de viento, subsónicos y supersónicos, lo que por entonces constituía equipamiento de vanguardia mundial. La propia dinámica del proceso lleva a la constitución de IAME –Industrias Aeronáuticas y Mecánicas del Estado- de la que en 1951 sale la Fábrica de Motores y Automotores y de ella el primer auto argentino, el Institec. Ya la red productiva se extendía también a Rosario y Buenos Aires. Y todo esto se logra a pesar del “lobby” –presente dentro del mismo peronismo- de las grandes industrias internacionales, que preferían vender “llave en mano”, exportando su propia mano de obra, tecnología y materiales. Así surgieron los tractores Pampa y las motos Puma, aquellas en las que se paseaba orgulloso Perón y que fueran un bien accesible para cientos de miles de trabajadores argentinos.
   Un método implementado por San Martín fue el de la creación de empresas mixtas; con ese criterio, IAME puso el capital y los obreros para la construcción de la planta de Fiat Concord en Córdoba, y con un modelo similar se logró la implantación en la misma provincia de Industrias Kaiser. San Martín rechazaba el “país granja” y proponía alternativamente audaces planes para avanzar en la industrialización nacional. En 1933 proclamaba que “el Estado debe ser el que impulse y encamine hacia la nueva actividad, de cuya realización obtendremos la independencia económica, de no menor importancia que la política”.

    El general RAMÓN MOLINA, hacía la defensa de un nacionalismo de base popular. Su enfrentamiento con el general Justo –quien seguía controlando el poder incluso después de terminado su mandato presidencial- lo llevó al retiro y a la subsiguiente afiliación a la UCR. En 1937 sostendría que “el Ejército es institución del pueblo, para servir los intereses del pueblo, para respetar y hacer respetar sus derechos”, lo que complementaba con este otro concepto: “el soldado de nuestro Ejército jamás debe considerarse fuera de su condición de ciudadano, formando “clases” o “castas”, que no admite nuestra constitución”. Aún cuando hoy estas expresiones puedan sonar obvias o banales, debe tenerse en cuenta que en la década de 1930 abundaba el mesianismo militar –exaltado por nacionalistas como Lugones y su “hora de la espada”- y para la estructura mental de Perón, socialmente democrática, las palabras del prestigioso jefe deben haber confirmado intuiciones que luego le resultarían vitales para su ascenso hacia el poder.

   Perón tiene relación personal con la mayoría de esos colegas que aquí se ha presentado o, al menos, conoce con toda seguridad sus escritos. Incluso él también incursiona en esta escritura politizada con su trabajo “Algunos apuntes en borrador sobre: Lo que vi de la preparación y realización de la revolución de 1930”, que son incorporados por el general JOSÉ MARÍA SAROBE en su libro Memorias sobre la revolución de 1930. La relación discipular de Perón con Sarobe es clave para comprender muchas partes del ideario peronista.
   Sarobe era incuestionablemente un intelectual, al punto de ser aceptado como tal por sus pares civiles, incluidos los de corte liberal-socialista. En 1940, en un artículo para la Revista Militar, sostenía: “nuestra subordinación económica al Viejo Mundo ha sido tan grande en el último medio siglo, que se puede decir que la economía nacional ha vivido de espaldas a las infinitas posibilidades de la República…la Patria no es una factoría…en materia social no conviene confundir los efectos con las causas. Para resolver el problema requiere por parte del Estado el desarrollo de una política encaminada a explotar la riqueza nacional, proteger el trabajo y eliminar la desocupación, fomentar la pequeña industria, defender el hogar y la familia, difundir la instrucción, estimular la cooperación social y crear la legislación protectora de las clases necesitadas de la sociedad”. Podría decirse que aquí se encuentra la síntesis del ideario peronista: defensa nacional, especialmente de la economía autónoma de país, ligada a las diversas formas de justicia social que limaran las enormes diferencias entre ricos y pobres. Sarobe tenía una clara conciencia de los problemas de la nación federal enfrentada a “la cabeza de Goliat”, como denominó Martínez Estrada a la Capital argentina; en 1940 diría que “casi todo el mecanismo prodigioso de la actividad argentina se concentra en un quinto del área global de su territorio. Buenos Aires, la gran metrópoli, actúa como el centro de gravedad, el nudo geográfico, el núcleo vital de la nación entera. Casi la cuarta parte de la población argentina vive en la ciudad y en sus alrededores. Su puerto canaliza el 75% del comercio de importación de la República. Es también el primer centro industrial y la sede de las instituciones comerciales y bancarias más importantes…por la influencia concurrente de esos innumerables factores políticos, económicos y sociales, hay un contraste profundo entre el esplendor de Buenos Aires, su crecimiento pujante y su progreso ininterrumpido, y el estancamiento y el quietismo de la vida rural, la penuria demográfica, el pauperismo de las poblaciones aldeanas dispersas en la inmensidad de las llanuras que son, sin embargo, las fuentes potenciales del progreso y de la vitalidad argentina”. El auge de las economías regionales durante el peronismo fue la mejor respuesta a este problema que trascendía a los social y cultural.
    Si se ha de considerar a Sarobe como mentor de Perón, deben hacerse algunas advertencias. La primera es que Sarobe no lo acompañó en la aventura del GOU y –aunque falleció en 1946, cuando el peronismo recién se iniciaba- evidentemente el movimiento no contaba con sus simpatías. Podría pensarse que su papel hubiese sido, en otro orden de actividades, similar al del también distante general Savio.

   El capitán de fragata JOSÉ A. OCA BALDA reveló in situ las reservas de recursos energéticos del país. Diría que “cuando falla la copia viene la caricatura, y nosotros no hacemos más que interpretar de una manera grotesca todo cuanto vemos hacer a los demás”. Era su costumbre anclar en la historia patria sus percepciones sobre el presente: “la revolución de 1930, en un plano de organización y cultura diferente, observada como simple lucha de corrientes psicológicas, presenta los mismos hechos y situaciones del motín de 1828, que terminó con el fusilamiento de Dorrego. De un lado estaba una minoría que se creía dueña de los destinos de la nación porque poseía un barniz de cultura superficial, fundada en subjetividades, lugares comunes, abstracciones y desplantes oratorios. Divorciada esa minoría con la opinión pública cuyo instinto no se engaña nunca cuando repudia, buscaba la usurpación del poder por medio de la fuerza armada. De la otra parte, el pueblo anhelaba elegir libremente los gobiernos y representaciones parlamentarias para cumplir los principios de la Revolución de Mayo”. Tanto o más podría haber dicho Oca Balda de los “libertadores” de 1955 y sus epígonos de 1966 y 1976.
   La cuestión cultural era vital para Oca Balda: “la cultura en general ha servido para encumbrar ineptos que sólo tenían un barniz superficial de conocimiento. Muchos de estos hombres cultos que saben mostrar con la palabra una autoridad superior a su saber son más duros para comprender las cuestiones medulares que el más humilde de los lustrabotas. La intuición y el juicio son como la belleza física, distribuidos en igual proporción en el pueblo y en las clases sociales. Y es con esos factores que se resuelven siempre los problemas de fondo. El pueblo, por otra parte, tiene su instinto, y no elige gobernantes peores que los surgidos del autobombo de las clases intelectuales y adineradas”.
   En un artículo sobre “Proteccionismo y librecambio”, Oca Balda contrapone originalmente las figuras de Carlos Pellegrini, vilipendiado como vende patria, y Juan B. Justo, el supuesto santo-mártir de los trabajadores; “Pellegrini no perdió el tiempo en disertaciones ideológicas, limitándose únicamente a resolver el problema práctico de nuestro país, tratando sólo con profunda erudición aquello que con más fuerza podía oponerse como un obstáculo a sus concepciones orgánicas. El peor enemigo del proteccionismo en la Argentina era, sin duda, el libre cambio inglés, y por ello Pellegrini se preocupó de presentarlo en todos sus aspectos. No debió haber pasado inadvertido a su gran criterio el peligro de las comparaciones simplistas con que acostumbramos a imitar lo que hacen las naciones más adelantadas…Pellegrini, luchando contra un ambiente adverso, en diez año montó la máquina administrativa más perfecta que podía concebirse fundada en una política económica moderadamente proteccionista. Juan B. Justo y el socialismo en veinte años de campaña librecambista, con la ventaja de tener a su favor la mayoría interesada del país, sólo se ocuparon de destruirla con demagogia irresponsable…tenía gran elocuencia oratoria, manejaba la ironía, poseía cultura histórica, erudición y estilo para hablar de cualquier cosa ostentando autoridad. Pero como estadista y hombre de ciencias, era un ciego de nacimiento para todo lo que fuera constructivo y orgánico.”
   La cuestión era clave. Más allá de sus aspectos teóricos, a Perón este tipo de disputas conceptuales lo atraía por sus consecuencias prácticas, y los escritos de Oca Balda venían a confirmar los postulados de Alejandro Bunge, y más allá de nuestras fronteras, las posiciones proteccionistas de Hamilton y List. Ya llegaría –o no- el día en que países como Argentina se transformarían también, y con razón, en apóstoles del libre cambio, pero mientras nuestra industria estuviera rezagada y sin posibilidades de competir con la de los países centrales, el discurso de Juan B. Justo atentaba contra la salud económica nacional, nos condenaba a la situación colonial. Durante la década de 1930 se habían implementado diversas medidas proteccionistas y de intervención económica, pero se lo había hecho como con vergüenza y a regañadientes. Perón otorgaría voluntad afirmativa a esas formas de políticas nacionalistas, pues su programa esencialmente consistía en la construcción de la nación, ampliada socialmente con la inclusión de las clases subordinadas.

EL EJÉRCITO Y PERÓN: REFLEXIÓN FINAL

   Parece importante introducir para este cierre una reflexión genérica acerca de la relación de los militares con la sociedad, tal como  la que intenta Fermín Chávez: “en la Argentina, como en la mayoría de las naciones que emergen del imperio español en crisis, las Fuerzas Armadas han jugado un papel protagónico a lo largo de toda nuestra historia; y lo han hecho experimentando los mismos cambios, transiciones y contradicciones que nuestra comunidad nacional vivió desde los días de la emancipación. En altísima medida, las posiciones de sus representantes y líderes no han hecho más que reflejar lo que sucedía en los campos no estrictamente castrenses; en la cultura y la política, sobre todo”.
    El horror de la última dictadura militar, con sus decenas de miles de muertos y desaparecidos, tendió a fortalecer el divorcio entre los militares y la sociedad civil. Sin embargo, pasado un tiempo prudencial, las nuevas interpretaciones sostienen con sabia insistencia la caracterización de ese proceso como “dictadura cívico-militar”, evitando la trampa doble de exceptuar a importantes sectores de la sociedad civil por esos crímenes –que a ellos beneficiaron en primer término-, así como el enjuiciamiento generalizado del sector militar.
   Los representantes más lúcidos de las nuevas generaciones, pueden, desde tal enfoque, impedir que el pasado –interpretado con instrumentos ideológicos equívocos- se constituya en lastre para el presente y la construcción del futuro. Lo que la última dictadura militar vino a implementar fue la versión salvaje del capitalismo internacional; el llamado neoliberalismo. Pero dejó la tarea a medias y ésta fue consumada por gobiernos civiles, que medidos en términos de cumplimiento de objetivos se manifestaron para ello más eficaces, aun dentro de las instituciones de la democracia formal, que los militares dictatoriales con toda su autocracia.
  Debe reconocerse que hubo siempre en el seno de nuestra Fuerzas Armadas quienes quisieron escapar a lo colonial y antipopular, y asumieron los intereses de la Nación y su pueblo. Más aún: podría postularse que hubo una etapa en la historia política argentina en la que hubo tantos –o más- cuadro nacionales en el Ejército como en el campo civil. Es cuando el radicalismo yrigoyenista trata de dar la primera respuesta válida al Proyecto del ´80. Esto coincide con la reflexión de Jauretche formulada en Ejército y Política. La Patria Grande y la patria chica, cuandodice que “la política de Yrigoyen tiene un asiento principal en la política nacional del Ejército”. Vale la pena recordar que fue precisamente en ese período cuando Perón se formó como oficial.
   Este posicionamiento nacional de los intelectuales militares se repite hacia el final de la Década Infame, ya con Perón como protagonista y con toda la silente decisión de empujar e incluso suplantar con el Ejército a la burguesía nacional que rehuía sus deberes.

Perón, la construcción de un ideario
Siglo XXI Editora Iberoamericana (2010)