"Hacer un país es hacer hombres para que, a su vez, los hombres hagan el país" (Arturo Jauretche)

viernes, 29 de abril de 2011

- Política económica para países dependientes -

“Esto sólo puede explicarse por una mentalidad de sometimiento, por una docilidad doméstica, que prefiere la dependencia a la realización en el plano económico y social de un país políticamente soberano, económicamente libre y socialmente justo.” (Arturo Jauretche – Ejército y Política)
 El liberalismo económico instrumentado por los países centrales sirve como estrategia global para controlar y dirigir las economías de los países dependientes. La incidencia y dominación económica trae aparejada la necesaria correlación en lo político, donde juega un papel fundamental para ello la alianza de las clases dominantes con el capital trasnacional.

Este liberalismo que exportan al resto del mundo, se contradice con el proteccionismo con el que defienden y articulan sus propias economías. Es la conocida fórmula del “haz lo que yo digo y no lo que yo hago”, que utilizan para vendernos las bondades de un liberalismo de “puertas hacia fuera”, y asegurarse así mercados cautivos para sus productos.

Históricamente desastrosas para naciones dependientes como la nuestra, estas políticas atentan deliberadamente contra el desarrollo de la industria nacional. Una de las consecuencias más negativas es que el libre mercado abre las puertas a la importación de productos manufacturados a bajo precio, con la resultante de la imposibilidad de nuestra industria de competir técnicamente y por costos de producción con productos elaborados en países con tecnología superior y mano de obra barata y/o sub-calificada.

En Latinoamérica las políticas económicas liberales fueron sustentadas desde lo político por dictaduras militares. El carácter anti-popular de sus medidas y efectos requirió para su imposición de un Estado autoritario, antidemocrático y represivo.

El neoliberalismo de los ´80 y ´90 prescindió de los militares para ejercer el dominio geo-político. Sus herramientas fueron la presión mediática, los golpes de mercado y el nuevo ordenamiento mundial con hegemonía unilateral norteamericana.

La experiencia demuestra que países como el nuestro necesitan aplicar políticas económicas articuladas por un Estado eficiente, con incidencia en las reglas del mercado, facilitador de las condiciones óptimas para el surgimiento, desarrollo y afianzamiento de una capacidad industrial propia, competitiva tanto en el mercado interno como en el externo, estratégicamente ligada al potencial de cada región, garantía de la absorción de una mano de obra fundamental para echar a girar la rueda del consumo interno disparador en buena medida del crecimiento económico.

Todo ello ligado a la participación estatal en los sectores energéticos y de los insumos básicos estratégicos para el desarrollo productivo.

Julio Capanna

sábado, 16 de abril de 2011

El país del realismo Nacional y Popular

Las sociedades actuales se caracterizan por la existencia de fuerzas en continua tensión. La lucha de clases no es un “suceso del pasado”. Es parte intrínseca, lógica y vital de toda sociedad en proceso de transformación. La negación o supresión de estas tensiones caracteriza al sistema político denominado FASCISMO.

En palabras de Javier Azzali: “La lucha de clases se expresa en la disyuntiva entre un país elitista bajo el dominio de las oligarquías y dependiente, o un país soberano con participación popular. De 1955 en adelante todo el país fue puesto al revés, menos la clase obrera que resistió la desnacionalización de la economía. La historia se repite mientras no se supere nuestra condición de país con fuertes oligarquías. El odio hacia Cristina Fernández es de contenido clasista, es el desprecio a los trabajadores y temor a su capacidad transformadora. La elección de Cristina Fernández como Presidenta, en 2007, fue con el lema de profundizar el modelo con redistribución de la riqueza; es el reconocimiento expreso de la lucha de clases y de una toma de posición a favor de los trabajadores.”

Es en ese contexto que los pueblos construyen su devenir histórico. Cuestiones ligadas al “destino de grandeza” forman parte de proclamas clasistas y/o abstracciones metafísicas.

Cito nuevamente a Azzali: “El kirchnerismo significó el regreso de la lucha de clases: la vuelta de las convenciones colectivas de trabajo, las paritarias, el salario mínimo vital y móvil, el aumento del poder adquisitivo y, en especial, la creación de cinco millones de empleos y el mayor índice porcentual de empleo registrado de toda la historia, son muestras claras de ello. Pero además, hay que sumarle esa capacidad de movilización del movimiento obrero y su vocación por intervenir en política, ya no desde la defensa de intereses meramente corporativos y burocráticos (como en los ´90), sino para ser la base social del proyecto nacional que lidera la Presidenta.”

En esto reside la diferencia fundamental entre la visión de una “paz” idílica desprovista de conflictos sociales, y la dinámica de una democracia consolidada donde existen fuerzas sociales en pugna e instituciones sólidas con un concepto claro del rol legislativo y ejecutivo del Estado.

Para terminar y volviendo a Azzali: “El prejuicio es antihistórico, ya que la democracia fue siempre un valor para la clase trabajadora, como modo de intervenir en la lucha de clases. En el ´45 lo fue con una política de mayor participación de los sectores populares, y después del ´55 lo fue con el reclamo concreto contra la proscripción. Y también después del ´76, con la lucha contra la dictadura y luego el neoliberalismo de los ´90. El sindicalismo es así una institución esencial para la democracia real y no aristocrática. El modelo de acumulación con matriz productiva diversificada e inclusión social con soberanía nacional, requiere de una amplísima base social que contenga a todos los sectores con interés económico en el mercado interno y vocación nacional, lo que re-actualiza a su modo el frente nacional de liberación como forma específica de darse la lucha de clases en los países dependientes como el nuestro.

Así pues, el merecimiento que algunos invocan es una cuestión teológica que nada tiene que ver con el devenir histórico. Aplicado a individuos insertos en sociedades policlasistas otorga a lo azaroso una categorización desvinculante con una realidad compleja y multifacética.

Somos el resultado del encadenamiento de hechos concretos y no la resultante de los designios de deidades más o menos benignas.

Julio Capanna